Panamá es un país de contrastes. Por un lado, las cifras del Producto Interno Bruto (PIB) nos hacen pensar que todo marcha bien. Pero, por otro lado, los resultados fiscales cuentan una historia diferente. Según el informe preliminar de recaudación de la Dirección General de Ingresos (DGI), en 2024 la recaudación de impuestos sobre la renta de personas naturales y jurídicas cayó entre un 28% y un 31%. Si la economía estuviera en plena forma, los ingresos tributarios no habrían sufrido esta variación. Esto nos indica que el sector privado está enfrentando una desaceleración severa, que no se refleja inmediatamente en las cifras del PIB, pero que afecta el día a día de las empresas y los trabajadores.
La pregunta es: ¿Cómo es posible que nuestra economía aparente estar bien y mal al mismo tiempo? La respuesta radica en nuestra estructura productiva. Panamá cuenta con sectores económicos fuertes, como el comercio, la logística, los servicios financieros y las actividades relacionadas con el Canal de Panamá. Sin embargo, para alcanzar un crecimiento económico más equilibrado, necesitamos desarrollar otros sectores que contribuyan a reducir nuestros niveles de desempleo a niveles ideales y orgánicos.
Una gran oportunidad para Panamá radica en la industrialización. Las economías que han logrado un desarrollo sostenible y equitativo han pasado por una fase de industrialización. La teoría del crecimiento estructuralista, defendida por economistas como Nicholas Kaldor, sostiene que la industrialización es la clave para el crecimiento económico sostenido. Según esta teoría, los sectores industriales tienen efectos multiplicadores en la economía, ya que generan empleo, aumentan la productividad y fomentan la innovación tecnológica.
Kaldor argumentaba que el libre comercio favorece a las naciones industrializadas, mientras que las economías dependientes de la exportación de materias primas quedan atrapadas en un crecimiento limitado. Su teoría de la causalidad acumulativa explica cómo los países con ventajas industriales siguen expandiéndose mientras los demás quedan rezagados. Para romper este ciclo, es necesario desarrollar los sectores que hemos descuidado, como la manufactura y la agroindustria, que generan empleo y permiten un crecimiento sostenido.
Además, la agroindustria representa un espacio estratégico para el desarrollo. La transformación de productos agrícolas en bienes con mayor valor agregado podría generar empleo en el interior del país y reducir nuestra dependencia de las importaciones. También podría abrir nuevos mercados de exportación para productos panameños.
Otras industrias con potencial de desarrollo incluyen la manufactura ligera, como la producción de bienes de consumo y componentes electrónicos, aprovechando nuestra posición geográfica y la conexión con mercados internacionales. Finalmente, la tecnología y la economía digital representan un sector clave para el futuro, con el potencial de atraer inversión extranjera y desarrollar talento local.
Pero más allá de las políticas económicas y las oportunidades del mercado, el cambio más importante debe ser en nuestra mentalidad como sociedad. Necesitamos entender que la diversificación económica y el desarrollo industrial son clave para nuestro futuro. La apuesta por nuevas industrias no es solo una estrategia económica, sino una visión de futuro que nos permita alcanzar una economía más sostenible, inclusiva y resistente a las crisis.
Si queremos que nuestro PIB deje de ser solo una cifra engañosa y refleje una economía sana y sostenible, es hora de que como panameños cambiemos nuestra mentalidad y tomemos las riendas de nuestro desarrollo.
El autor es miembro de la Fundación Libertad.