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Panamá y Cartagena: historias compartidas

Desde Mompox, sobre el río Magdalena, Simón Bolívar escribe el 14 de febrero de 1815 a Juan de Dios Amador para felicitarlo por su elección como presidente del Estado (o Provincia) Libre de Cartagena. Bolívar expresa su satisfacción “porque sus virtudes y talentos lo han llamado a este destino” y lo conmina a cooperar “a la expedición contra Santa Marta”, bastión realista sobre el litoral caribeño, que era preciso someter para proteger a la Heroica Ciudad frente a la inminente invasión española.

El gobierno general de las Provincias Unidas de la Nueva Granada le había encomendado esa misión a Bolívar y, para llevarla a cabo, era necesario el armamento que poseía Cartagena. El Estado Libre, sin embargo, se negó a cumplir la orden del gobierno general. Bolívar inicialmente intentó conseguir las armas mediante la persuasión y, luego, por la fuerza. Eventualmente, para evitar mayores desavenencias entre republicanos, desistió y se marchó a Jamaica.

A Juan de Dios Amador le tocó enfrentar el terrible asedio español a Cartagena, entre agosto y diciembre de 1815. Logró escapar antes de la entrada de Morillo y sus hordas, abordando la embarcación de un “infame corsario norteamericano”, según Lemaitre en su Breve historia de Cartagena (pág. 162). El “infame Michell” lo despojó de sus pertenencias y lo echó a tierra en San Andrés.

Aun así, a Juan de Dios, quien pertenecía a una estirpe de patriotas, no le tocó la peor suerte en su familia. Su hermano, Martín, revolucionario desde muy joven, quien prestó valiosos servicios militares a la Provincia Libre, fue capturado por los realistas y fusilado en febrero de 1816.

Otro de los Amador Rodríguez, Antonio Carlos, formó parte del ejército del Magdalena y de la asamblea del Estado de Cartagena, según Adolfo Meisel (2004). Un cuarto hermano, José Antonio, fue regidor (miembro) del ayuntamiento que el 14 de junio de 1810 destituyó al gobernador español Francisco Montes, antesala decisiva de la independencia de Colombia.

Años más tarde, nacería en Turbaco, en las afueras de Cartagena, un nieto de José Antonio: Manuel Amador Guerrero (1833-1909). Estudió medicina en la Universidad de Cartagena y se mudó a Panamá, atraído por el auge económico que suscitó la fiebre del oro en California (1849-1869), acerca del cual escribí en la columna anterior (31 de enero).

Se insertó plenamente en la vida profesional, social y política de su patria adoptiva. Durante el período federal (1855-1885) ejerció varios cargos. Miembro de la junta separatista en 1903, fue convencional en 1904. En febrero de ese año, la Convención Constituyente lo eligió presidente de la república para el cuatrienio 1904-1908.

El Dr. Amador Guerrero no fue el único cartagenero en la junta separatista. Su paisano Manuel Espinosa Batista (1857-1919) también nació en la Heroica Ciudad. En el Istmo fundó una familia cuyos descendientes pertenecen, aún hoy, al segmento más influyente de la sociedad.

Amador Guerrero y Espinosa Batista son solo dos de los muchos personajes que ejemplifican los estrechos nexos que por siglos existieron entre Cartagena y Panamá. En 1837, Justo Arosemena, nuestro estadista cimero, recibió de la Universidad de Cartagena—entonces denominada Universidad de Magdalena e Istmo—los grados de licenciado y doctor en jurisprudencia.

Rafael Núñez, el más destacado hijo de Cartagena y varias veces presidente de Colombia, impulsó su carrera política a partir de sus conexiones en Panamá, donde fue funcionario y donde contrajo matrimonio con Dolores Gallegos Candanedo, su primera esposa, cuñada de José de Obaldía, notable político istmeño.

Aunque los panameños de finales siglo XIX no simpatizaban con Núñez, pues la constitución de 1886, que promovió, suprimió el Estado Soberano, vale la pena recordar que, en 1863, siendo delegado por el istmo en la Convención de Rionegro, propuso reubicar la capital nacional, de Bogotá a Panamá.

Otro cartagenero, Bartolomé Calvo, desarrolló parte importante de su actividad periodística en el istmo, donde fue diputado, secretario de Estado y gobernador (1856-1858), cargo que dejó para asumir el de procurador general de la Confederación Granadina. En 1861 ejerció interinamente la presidencia de la nación.

La principal biblioteca de Cartagena lleva su nombre; allí se encuentran valiosos recursos para estudiar las relaciones entre Panamá y la Heroica Ciudad. Estos vínculos se remontan a la dominación española y el establecimiento de la Carrera de Indias, la ruta de comercio marítimo que desde el siglo XVI conectó a España con sus territorios americanos.

Luego de partir de Sevilla, la flota de Tierra Firme se dirigía a Cartagena. De allí seguía a Nombre de Dios o (desde 1597) Portobelo. Tras recoger el tesoro peruano, los galeones regresaban a Cartagena, para luego unirse a la flota de Nueva España en La Habana y, desde allí, emprender el viaje de retorno a la Península.

En el ocaso de la dominación española, la toma de la Heroica octubre de 1821 por el ejército bolivariano fue el factor externo que más influenció la declaración de independencia de Panamá, el mes siguiente. En octubre de 1840, durante la denominada “guerra de los Supremos”, Cartagena declaró su separación del gobierno de Bogotá.

“Era una nueva independencia absoluta del Estado de Cartagena”, escribe Lemaitre (pág. 210). Un mes después, Panamá declaró su independencia y estableció el Estado del Istmo, nuestra primera República, liderada por Tomás Herrera, quien, por cierto, prestó servicio militar en Cartagena, en 1828. En 1850, volvería a esa ciudad como gobernador.

Los cercanos vínculos entre Cartagena y el istmo de Panamá, subsistieron hasta las primeras décadas del siglo XX, aún después de nuestra separación de Colombia. Esta historia compartida, de evidente riqueza, merece no solo ser rescatada, sino puesta en valor como base para proyectos de desarrollo económico, científico y cultural que redunden en beneficio mutuo.

Un buen punto de partida sería declarar “ciudades hermanas” a Panamá y Cartagena. Mucho se ganaría, pues los cartageneros—a diferencia de las minorías rectoras en Bogotá—miran con aprecio y simpatía a Panamá, y nos respetan como Estado independiente y soberano.

El autor es politólogo e historiador, director de la Maestría en Asuntos Internacionales en Florida State University, Panamá y presidente de la Sociedad Bolivariana de Panamá.


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