Recuerdo a Martín, un bebé de apenas un año. Mientras conversaba con su mamá sobre los hitos de su desarrollo, ella me confesó, con algo de pena, que las primeras palabras de su hijo habían sido “YouTube” y “Alexa”. Aunque sonreí para tranquilizarla, entendí su preocupación. Esta situación refleja un desafío que enfrentan muchas familias hoy en día: las pantallas están cada vez más presentes en la vida de nuestros hijos, y surgen muchas preguntas sobre cómo afectan su desarrollo.
Como madre, sé lo difícil que puede ser criar a un hijo mientras equilibramos nuestras propias responsabilidades y emociones. A veces, en momentos de cansancio, ofrecer una pantalla parece la solución más rápida. Sin embargo, es importante detenernos a pensar en las consecuencias que esta práctica puede tener a largo plazo.
La evidencia científica ha demostrado que una exposición prolongada a las pantallas puede afectar el desarrollo cognitivo, emocional y social de los niños. Algunos estudios indican que el uso excesivo puede retrasar el lenguaje, ya que reduce las interacciones verbales con adultos y otros niños, limitando oportunidades clave para desarrollar habilidades comunicativas. Además, el contenido rápido y altamente estimulante de muchas pantallas dificulta que los niños aprendan a concentrarse y mantener la atención en tareas más pausadas. También se ha comprobado que la luz azul que emiten afecta la producción de melatonina, una hormona esencial para el sueño, lo que puede interferir con la calidad y duración del descanso.
Aunque no todas las pantallas son iguales, su impacto depende mucho de cómo se usen. Por ejemplo, una pantalla pasiva, como la televisión, solo ofrece estímulos sin que el niño participe activamente, mientras que una pantalla interactiva, como una tableta, permite tocar, deslizar y recibir respuestas inmediatas. Estas últimas pueden ser más atractivas porque activan el sistema de recompensa del cerebro, liberando dopamina, pero también pueden llevar a una sobreestimulación si no se controla el tiempo de uso.
Esto no significa que debamos demonizar la tecnología. Más bien, es fundamental encontrar un equilibrio y utilizarla de manera consciente. La Sociedad Española de Pediatría ha actualizado recientemente sus recomendaciones en función de la nueva evidencia científica. Por ejemplo, sugiere evitar el uso de pantallas en menores de seis años, salvo para videollamadas con familiares, y limitar la exposición a menos de una hora diaria en niños de entre siete y doce años, priorizando contenido educativo. Para los adolescentes de trece a dieciséis años, la recomendación es no superar las dos horas diarias.
En la práctica, esto puede parecer complicado, pero hay estrategias que pueden ayudar. Mantener los dispositivos fuera del alcance de los niños pequeños evita que accedan a ellos por sí mismos. También es útil establecer límites claros sobre el tiempo de uso y elegir cuidadosamente el contenido, optando por programas con transiciones lentas y aprendizajes significativos. Acompañarlos mientras usan las pantallas puede transformar una experiencia pasiva en una oportunidad de aprendizaje compartido. Además, explorar alternativas como jugar al aire libre, leer cuentos o dibujar sigue siendo una forma enriquecedora de fomentar su desarrollo.
Criar a nuestros hijos en un mundo lleno de tecnología no es sencillo, pero también nos brinda la oportunidad de enseñarles a usarla de manera responsable. Al final, lo que más necesitan nuestros pequeños no es una pantalla que los entretenga, sino nuestra presencia, atención y estímulo. Los momentos compartidos con ellos serán los recuerdos más valiosos que llevarán consigo a lo largo de la vida.
La autora es médico pediatra, mamá y promotora del bienestar infantil.