La distancia es definitivamente el olvido, aunque el bolero no conciba esa razón, y a pesar de que el tango diga que veinte años no son nada, multiplicados por tres, dan una cifra tan lejana que da miedo: sesenta. Han pasado tantas cosas y tantas cosas hemos olvidado por el camino, que el 9 de enero de 1964 ha pasado a engrosar la lista de hechos que forman la patria sin memoria.
Si «recordar es vivir», da la sensación desde hace mucho tiempo que hemos muerto a esta luminosa etapa de nuestra vida republicana, mirándola de refilón, tratándola como si le hubiera pasado a otro y no sopesando la profunda importancia de aquellos hechos del siglo pasado que lo cambiaron todo. Lo que tenemos, se lo debemos a aquellos días de enero.
Giovanna Benedetti, lúcida y precisa, en su poema Ascanio redivivo, tiene uno de los versos más importantes contra la desmemoria histórica: «¡Y es que en este nuevo siglo de territorios pánfilos/hay ingenios que presumen de hacer patria sin recuerdos!». Hay tras estas palabras todo un ensayo contra la irresponsabilidad histórica, contra el olvido programado y sostenido que solo construye una identidad que no es la nuestra, desnaturalizada, fértil para sembrar en ella otros recuerdos, otras memorias que nos esclavizan.
Sesenta años después, tres veces nada, toca generar un compromiso firme con la historia. Una excelente manera de empezar es el trabajo de Wendy Tribaldos, El 9 de enero de 1964: Lo que no me contaron, que nos revela aspectos poco conocidos de aquellos hechos. Uno de los mejores textos para ponernos sobre la ruta del recuerdo y la reflexión histórica.
Presumir de patria sin recuerdos es jugar a la ruleta rusa. Volarnos la memoria de los sesos con un disparo de desidia es exponernos al pillaje de los que llevan años sometiéndonos, haciendo que olvidemos que saber de dónde venimos aclara el camino y fija nuestras metas. Olvidar es perderse, insistir en estar perdidos.
El autor es escritor