El quinquenio 2024-2029 estará marcado por una serie de hitos para Panamá que repercutirán tanto a nivel local como internacional y que serán fuente de retos y oportunidades para la próxima administración. La falta de una discusión sesuda en materia de política exterior dentro de las campañas presidenciales me obliga a plantear la concurrencia, en dicho quinquenio, de al menos tres acontecimientos trascendentales en materia de relaciones internacionales. Si estos son aprovechados de forma correcta, podrían marcar el retorno de Panamá a los grandes escenarios de la diplomacia mundial.
A mediados de este año, es decir, en pleno proceso de transición gubernamental en Panamá, la Asamblea General de las Naciones Unidas elegirá a cinco miembros no permanentes del Consejo de Seguridad por un período de dos años, a partir de enero de 2025. Por el momento y de conformidad con un acuerdo regional, Panamá es el único candidato de Latinoamérica y el Caribe. En otras columnas, he insistido en que esta es una oportunidad única tanto para construir capacidades en nuestro servicio exterior como para afianzar la participación de nuestro país en temas de interés global. La mayoría de los Estados pequeños utilizan su bienio en el Consejo de Seguridad para fortalecer sus cancillerías y aumentar su exposición en temas de interés global. Lo anterior es aún mejor si se hace en aras de fortalecer el derecho internacional y mantener la paz y la seguridad internacionales, temáticas muy cercanas a la tradición internacionalista de Panamá.
En el 2026 se conmemorará el bicentenario del Congreso de Panamá. Dicho acontecimiento es una oportunidad para dotar de continuidad a nuestra tradición anfictiónica y al sueño que planteara Bolívar en la Carta de Jamaica. Esta ocasión también sería propicia para plantear grandes consensos regionales en temáticas complejas como migración y seguridad, sin olvidarnos del republicanismo bolivariano tendiente a realizar el proyecto kantiano de paz perpetua, al menos en nuestra región. Reiterar nuestra fe en el multilateralismo y el derecho internacional, en principios y valores como la democracia, los derechos humanos y la transparencia, lejos de ser un ejercicio iluso, ayuda a sentar las bases para los consensos que tanto necesita nuestra región y el mundo. Las agresiones, el expansionismo, los genocidios y las atrocidades ya no son solo un pasado distante, son parte de nuestro presente.
Al conmemorarse en el 2027 los cincuenta años de los Tratados Torrijos-Carter, corresponde propiciar un debate nacional para definir el alcance y contenido del régimen de neutralidad del Canal de Panamá y qué tanto repercute la neutralidad de la vía en las posturas panameñas a nivel internacional. Con cerca de cuarenta Estados miembros, el Protocolo al Tratado de Neutralidad es un mecanismo multilateral en el que otros Estados, además de Panamá y los Estados Unidos, se adhieren al régimen de neutralidad del Canal. Es por ello por lo que clarificar el alcance y contenido de este régimen, con el liderazgo de Panamá y el consenso de todos los involucrados, permitiría ampliar exponencialmente los miembros del Protocolo. Esto, a su vez, debe ir acompañado de robustecer los mecanismos de defensa colectiva a nivel interamericano, siendo el más importante de todos el Tratado Interamericano de Asistencia Recíproca que en 2027 ajustará 80 años. En ese sentido, su revitalización podría ser parte de los esfuerzos de una renovada política exterior panameña.
Estos hitos confluyen con una serie de temáticas que ocuparán el día a día de la próxima administración. Entre estas temáticas podemos mencionar la reorganización de nuestro servicio exterior ante un gobierno austero, la defensa del Estado ante posibles litigios de inversión, el cambio climático, el futuro del Canal de Panamá y el acceso al agua, la delimitación de nuestra nueva frontera marítima con Nicaragua, las cíclicas crisis migratorias, el intervencionismo foráneo, la aparente transformación del orden internacional, entre otras.
Luego de casi siete años, me despido de este privilegiado espacio de opinión en el diario La Prensa. A lo largo de ese tiempo, he intentado, al límite de mis capacidades intelectuales y fiel a mis convicciones y principios, contribuir al debate nacional tendiente al diseño y formulación de la política exterior panameña. Estoy convencido de que Panamá, por sus inherentes ventajas competitivas y por todo su potencial geoestratégico, está llamada a ser un actor protagónico en el escenario internacional. Pudiera ser que los panameños, en un tiempo, nos aboquemos hacia el diseño y formulación de una política exterior de Estado y, por qué no, de una estrategia internacional. Pero mientras llega ese momento, debemos tratar de comprender lo que sucede en el mundo y no subestimar ciertos acontecimientos, por muy distantes que parezcan, pues aquello que no entendemos no se puede controlar y puede, incluso, llegar a dominarnos. El proceso de formulación de una estrategia internacional es uno lento, pero basta con el conocimiento, el genio y la imaginación de nuestras mejores mentes, el sentido de patria y el ilimitado potencial de los panameños para hacerla una realidad. Aquello no es una esperanza utópica.
El autor es abogado y profesor de derecho internacional.

