Pedro Altamiranda

Pedro Altamiranda
Pedro Altamiranda. Archivo


En casa, primero fue un pequeño disco de 45 rpm (que me corrijan los expertos), que tenía en la cara A, El buhonero, que me hacía reír porque también en la grabación en directo la gente se reía (entendía poco de los enredos políticos y sociales), y en la cara B, el “controversial”, La mujer biónica, del que entendí todos los años después, con más vocabulario y “calle”, como dicen ahora. Era el año 1980 y yo tenía ocho años. En 1981, aparece el LP Homenaje a mi pueblo, un disco fundamental en mi escritura.

Cuando me preguntan por lo que más me ha influido para escribir, siempre digo que mi abuela y mi mamá, grandes narradoras, y también la presencia tutelar (sin saberlo) de dos discos: Homenaje a mi pueblo y Buscando América, ambos en mi casa y escuchados un sin fin de veces. A mí me ocurrió, antes no lo había pensado, Pedro Altamiranda: su ritmo, su amor a las letras, su mirada sobre la panameñidad.

Se nos ha ido, como decía Rubén Blades (puerta de la salsa y de la libertad, en verso feliz de Pedro en Homenaje a mi pueblo, antes de Buscando América), un “Gran Panameño”, así en mayúsculas, que consiguió reunirnos a todos ante el espejo de sus letras y nos puso en la mente grandes espacios de reflexión, perspectivas y miradas para orientar nuestro criterio. No se nos ha ido el “Rey de los carnavales”, se nos ha ido una parte muy importante de nuestra conciencia.

Se apaga la voz, pero se enciende la memoria, y la consigna es recordarlo a través de sus letras, las más importantes, esas que nos dicen, aunque no nos guste, las cosas que de verdad somos, las que han dibujado, con la pericia del amante de las letras, quienes fuimos y en quienes nos podemos convertir si no tomamos precauciones.

Gracias Pedro, por tanto, por todo, por retratarnos tan bien. ¡Hasta siempre, maestro!

El autor es escritor.


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