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JMJ

¿Quiénes son los peregrinos?

Es muy fácil y bonito recibir a los peregrinos de la JMJ: son jóvenes, alegres, vienen a una fiesta y estarán solo por unos cuantos días. Y está muy bien, hay que celebrar la creencia de la mayoría y disfrutar el evento. Me pregunto qué pasaría si esos peregrinos vinieran caminando desde Honduras, con hambre, sin dinero, sin educación, cargados de tristeza y buscando quedarse permanentemente.

Es fácil saberlo porque, ante las sugerencias de que la caravana de desplazados que iba hacia USA, cuya segunda versión ha partido recientemente, debía dar la vuelta y enrumbarse hacia el sur, hacia Panamá, porque este es el país con mejor situación socioeconómica del área, las redes sociales estallaron en un rotundo no: no los queremos aquí. Habría también que ver los brotes de xenofobia que, por las razones que sea, ha habido y sigue habiendo, principalmente contra los emigrantes venezolanos.

Lo que pasa es que no es nada fácil ni bonito acoger a quien lo necesita. ¿Cuántos estaríamos dispuestos a acoger en nuestros hogares a los pacientes de quimioterapia o radioterapia que vienen del interior y no tienen dónde quedarse? ¿Cuántos estaríamos dispuestos a acoger a niños indígenas, a sacrificar parte de nuestros ingresos para que ellos reciban una educación del mismo nivel que la de nuestros hijos? ¿Cuántos estaríamos dispuestos a limpiar las heridas que hemos causado a la población LGBT, contra quienes despotricamos y marchamos vestidos de blanco? ¿Cuántos de los que acogemos peregrinos no estamos dispuestos a hacer lo mismo con indigentes, ancianos sin familia? Hay muchas, muchísimas, necesidades más y la respuesta, en mi opinión es conocida: muy pocos estaríamos dispuestos. Es fácil amar a quien piensa igual a mí, celebra y quiere lo mismo que yo; pero qué difícil es siquiera entender a quien piensa otra cosa, cree distinto y quiere ser feliz a su manera. Me dijo un cura, uno de los buenos, que ser católico es creer, celebrar y vivir. Las dos primeras son fáciles: es lo que estamos haciendo ahora mismo con los peregrinos y la JMJ. La tercera: vivir según la creencia que profesamos, en mi opinión la más importante, es muy difícil. Hoy más que nunca debemos recordar aquello de “si ustedes aman solamente a quienes les aman, ¿qué recompensa tendrán?”.

Hoy tenemos que tener presente que el mandamiento más importante, “amar a Dios”, se hace solo al “amar al prójimo como a uno mismo” y que ese prójimo son todos: pobres y ricos, jóvenes y viejos, alegres y tristes, heterosexuales o Lgbti, casados o divorciados, negros, indios, blancos y que Dios actúa en su pueblo para que cambie su historia, para que incluya a todos; que el bien común incluye a todos, no solo a las mayorías. Ojalá esta fiesta de la cristiandad sirva para ablandar nuestros corazones y disponerlos a acoger realmente a todos, 365 días del año. Yo tengo reservas al respecto.

El autor es ejecutivo financiero y escritor.


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