Nadie duda de que el periodismo —libre, contestario y ético— es la piedra angular para que una nación camine con pasos firmes hacia el pleno desarrollo. Sin ese periodismo vertical no se puede combatir la corrupción: el contemporáneo flagelo social que siempre afecta a los más necesitados, ya que el dinero que se debe invertir para las mayorías se queda, no obstante, en unos poquísimos bolsillos de gente enferma por engrosar cuentas bancarias sin el menor esfuerzo posible.
Durante los últimos días hemos visto cómo una cantidad apreciable de periodistas ha recibido dinero a tutiplén por parte del gobierno de turno a través de las denominadas “partidas discrecionales” que maneja, sin ningún control o veeduría, el Palacio de las Garzas.
Los periodistas involucrados esgrimen toda una serie de excusas tan pronto, mediante las redes sociales, la comunidad conoce de este derroche de dinero estatal, que bien podría ser entregado a miles de familias que se acuestan sin probar un bocado y que no tienen certeza si al día siguiente contarán con desayuno sobre la mesa.
Me hierve la sangre cuando leo que una periodista de televisión, quien se vanagloria de ser objetiva e imparcial, recibió miles de dólares de las partidas discrecionales para que su cónyuge se realizara una cirugía en un hospital privado del país. ¿Y por qué no acudir al Santo Tomás o a un nosocomio administrado por la Caja de Seguro Social? Nada de eso: ella primero muerta que sencilla… pero a costilla del erario público.
Esta misma periodista todos los días desfila en sus redes sociales para mostrar su infinito ajuar en materia de ropa, calzados, carteras y joyas de primerísimo nivel. Desafortunadamente las redes no permiten ejecutar el sentido del olfato, pues sabríamos que disfruta de perfumes que solo puede adquirir alguien con alto poder adquisitivo.
Otro comunicador, quien dice ser especialista en turismo, se enredó más que un mafá cuando trató de justificar el montón de plata que provino de la partida discrecional para cancelar los gastos de un supuesto cónclave internacional cuyos beneficios para el país nadie los puede cuantificar.
No quiero achacar al gobierno todos los males que corrompen al periodismo nacional, ya que la empresa privada también es protagonista por fomentar el problema. Por ejemplo, grupos de periodistas reconocidos —principalmente de televisión y radio— han acudido a ver juegos de copas del mundo de fútbol celebradas en Sudáfrica (2010), Brasil (2014) y Rusia (2018), esta última cuando la selección mayor panameña participó por primera vez. ¿Quiénes pagaron estos periplos? Pues empresas cerveceras de EE.UU. y de Panamá.
En dos oportunidades serví de mediador para redactar cartas dirigidas al presidente Cortizo, en favor de dos panameños que sufrían enfermedades graves. El primero, Eric Alberto Díaz, estaba afectado por un cáncer facial que necesitaba de una operación especial. El presidente nunca contestó y Díaz ya pasó a mejor vida.
El segundo, Rutilio González, recibió seis disparos por parte de maleantes que entraron a su hogar. González estuvo varios meses como paciente con ostomía (con bolsa en el exterior de su cuerpo para depositar sus heces porque una de las balas perforó sus intestinos). El presidente tampoco respondió. Gracias a Dios un grupo de galenos del Santo Tomás se apiadó de este ciudadano, quien hoy está recuperado al 100%.
La desgracia de Díaz y González es que ninguno tiene parientes vinculados con el periodismo o un medio de comunicación.
Por allí escucho con asombro que varios periodistas, luego de ejercer esta profesión por no más de un decenio —es decir, de la noche a la mañana—, se convierten en millonarios gracias a que crean un programa radial (que a lo mejor solo escuchan los peces) y los rellenan con publicidad gubernamental hasta más no poder. Estos programas son transmitidos por emisoras con señales más pobres que la pionera Radio Tembleque.
Sé a la perfección que la partida discrecional no solo beneficia a los periodistas, sino también a encumbradas figuras del partido gobernante de turno. Estos personajes, a pesar de surgir de barrios populares, ahora no quieren pisar hospitales públicos.
La mayor parte de esta ayuda involucra el patrocinio de cirugías de bypass gástrico, o sea, la reducción del estómago para que los glotones no ingieran más alimentos de lo debido. Y —con la ayuda simultánea de liposucciones— permitir que la persona disfrute de una figura fit y atractiva. ¡Por el amor de Dios! ¡Ya basta de tanto atraco a las arcas estatales! ¿Por qué no se someten a jornadas de ejercicio y dietas supervisadas por nutricionistas?
Ya es hora de que el periodismo nacional se fije fríamente en el espejo. La comunidad nacional así lo demanda. Y luego se quieren rasgar las vestiduras cuando los llaman “periodistas de prepago”.
El autor es abogado y licenciado en ciencias militares