Hay muchas razones para celebrar el nuevo premio Nobel de economía. Claudia Goldin es la primera mujer en ganarse sola esta distinción. De los 93 premios Nobel en esta rama, solo tres han sido mujeres. Y es esta misma disparidad de género la que distingue el proyecto de vida académica de Goldin.
La nueva Nobel viene de una educación conservadora y privilegiada, con una maestría y doctorado de la Universidad de Chicago. Los economistas de este centro educativo tienden a ver el rol del gobierno con malicia y sobrevaloran el quimérico mercado libre. Y menciono esto porque la misma Goldin admite que su contexto social e individual influye en su trabajo.
Su análisis sobre las condiciones de las mujeres se enfoca mayormente en personas como ella: blancas, con estudios formales y profesionales. Y como la gran mayoría de los economistas de Chicago, su trabajo se enfocó, al principio, en la acción humana, bajo la suposición de que las personas somos libres de tomar decisiones persiguiendo incentivos individuales. Esta perspectiva no olvida el contexto social.
Pero es solo eso, contexto. Independiente de tu punto de partida social y económico, para estos economistas, tú haces lo que maximiza tus beneficios o reduce tus costos de acciones humanas.
Con estas perspectivas, Goldin concluyó empíricamente que las mujeres casadas en los países del norte que deciden mantener sus apellidos de solteras lo hacen si antes de casarse ya habían logrado una buena reputación profesional.
Hay un alto costo de transacción explícito y social en cambiarse el apellido. Es una decisión. Igual, demostró que en el norte, la segregación ocupacional por género ha disminuido, con la píldora anticonceptiva ayudando a las mujeres a tener más opciones.
Y si las diferencias salariales persisten es debido a decisiones que ocurren dentro de las mismas compañías: o los dueños deciden discriminar, o las mujeres deciden tomar roles que les otorguen mayor flexibilidad. Nuevamente, es una decisión con beneficios y costos. En sus más recientes proyectos, su entrenamiento como economista de Chicago ha sido influenciado formalmente por el contexto social. Goldin explica que las mujeres profesionales compiten en un mercado de trabajos codiciosos, donde hay un alto costo de entrada y permanencia, incluyendo pasar la noche entera estudiando o trabajando fuera de horas contractuales. Esto es incompatible con las cargas de cuidados y de quehaceres que se espera que las mujeres realicen. Por lo tanto, Goldin concluye, no se lograrán mejoras en la brecha salarial de género hasta que se cambie la distribución poco equitativa de labores en el hogar.
Su trabajo es menos claro sobre la necesidad de infraestructura pública de servicios de cuidados, sin embargo. En uno de sus más recientes proyectos, publicado unas horas antes de que se anunciara su Nobel, Goldin anuncia que las mujeres “ganaron”.
Por ganar, se refiere a la igualdad en términos de protecciones y garantías legales. Estos logros son productos de movimientos sociales, políticas públicas y sindicatos. Ganar no significa un salario justo, pero sí más oportunidades para muchas mujeres, una tiñosa distinción propia de la perspectiva de Chicago.
Y finalmente, por mujeres, aún se refiere a mujeres blancas en los Estados Unidos. Su trabajo permanece relativamente callado sobre la situación laboral de mujeres migrantes, negras o sin educación universitaria.
Como dice la economista de género Sarah Small, muchas mujeres con mayores ingresos y educación universitaria se benefician al mantener los salarios de los servicios domésticos bajos. Esto puede conducir a la discriminación hacia las y los trabajadores domésticos y a la ambivalencia sobre los derechos de las mujeres en condiciones de precariedad.
El trabajo de Goldin es el primer proyecto empírico que explora los ingresos de las mujeres y su participación en el mercado laboral a largo plazo.
Esperemos que este premio motive a la nueva generación de economistas panameñas a zambullirse en estudios similares, inclusivos, que influyan políticas públicas y destruyan siglos de discriminación hacia las mujeres.
El autor es economista