Llegué a Panamá por primera vez en 1998. En esta época era un joven estudiante y me atraía y fascinaba la vida marina en ambos lados del istmo. Era mi primera vez en las Américas y todo era una aventura. Sobreviví a tres cosas: a una disentería en Bocas del Toro, al atropello por un taxista en la ciudad de Panamá y a la caída de un coco sobre mi cabeza en Isla Grande, provincia de Colón. Salí del país prometiendo nunca volver. Pero, como dije al principio, Panamá goza de una extraordinaria vida marina que cautiva al primer contacto con ella. No hace falta decir que ahora hace ya 16 años que vivo en Panamá con mi familia panameña.
En esa primera visita a Isla Grande, en la zona llamada costa arriba, me encontré con una exquisita extensión o lengua de arena blanca que iba desde la esquina suroeste de la isla a más de 150 metros hacia mar adentro. En esta época, bucee con una dinastía de peces brillantes; en la noche dormí sobre las blancas y suaves arenas de la playa, que imaginaba como una gran cama de harina. Hoy día, la playa se ha ido y no hay peces. ¿Qué ocurrió?
La erosión de la playa es un proceso natural que ha ocurrido durante miles de años, en donde la arena es arrastrada por la acción de la lluvia o las olas, y es reemplazada por arena nueva, algunas veces más, algunas veces menos, por lo que la playa cambia de forma. Entonces, ¿por qué las arenas no regresaron a Isla Grande?
La respuesta es bastante interesante y algo desconcertante. Resulta que la suave arena blanca que nos encanta en nuestros pies en realidad está hecha de pequeños pedazos de coral que fueron comidos y luego defecados por animales como los peces loro. ¡Sí! Las playas blancas del Caribe están hechas de excremento de peces. Algunos científicos han estimado que un solo pez loro puede producir una increíble tonelada de arena en un año. ¿Cómo lo midieron? No les pregunté.
Por consiguiente, cuando se eliminan los peces loro del arrecife por la sobrepesca, llega un momento en que la arena erosionada es mayor que la arena que se forma, y la playa desaparece rápidamente. No más peces, no más playa. Agregue a eso el impacto de la contaminación y el calentamiento global sobre los corales, y tendremos una receta perfecta para el desastre.
El resultado no solo se muestra en imágenes de satélite, sino también en los recuerdos de quienes alguna vez disfrutaron de estas playas espectaculares. Las personas en las comunidades costeras desde Bocas del Toro hasta los cayos de Guna Yala, están viendo desaparecer sus playas de arena blanca.
¿Cómo lo detenemos? En papel es sencillo: mejorar la salud de los corales y aumentar el número de peces loro, y las playas volverán. En la práctica, podemos buscar historias de éxito en otros lugares del Caribe. En Punta Cana, República Dominicana, conocen el valor económico de sus playas de arenas blancas. Estimaron que con cada metro de playa perdida, el país pierde más de 300 mil dólares en ingresos del turismo cada año (Wielgus et al. 2010). En Punta Cana establecieron zonas donde estaba prohibido pescar que permitieron la recuperación del pez loro y en consecuencia de los arrecifes. También, emprendieron una fuerte campaña para cultivar nuevos corales donde anteriormente existían. Es un modelo que tiene sentido desde el punto de vista comercial y podría aplicarse en cualquier parte del mundo si cuenta con una iniciativa correcta y regulada. Las playas de Panamá son un tesoro nacional que vale muchos millones de dólares en turismo. Son una protección frente al aumento del nivel del mar y a las tormentas como el infrecuente, pero mortal, huracán Otto. Brindan refugio a la vida marina y alimentan a las comunidades locales. Pero más que esto, se suman inexorablemente a la calidad de vida de todos.
Al saber cómo se forman estas playas podemos entender mejor por qué se están perdiendo. Eso nos ayuda a tomar decisiones más efectivas que traerán de vuelta las hermosas playas del Caribe, para así apoyar la economía futura de las comunidades locales y el disfrute de todos.
El autor es investigador de biología marina