No me puedo ir de esta vida sin recomendar a mis amigos lectores que no dejen por fuera al gran historiador, contemporáneo de las hazañas de los héroes de la antigua Grecia, Heródoto, que vivió entre los años 484 y 425 antes de Cristo.
Me gustan los libros de historia y he leído algunos, y de los buenos, pero en Heródoto encontré una singularidad:
Más que leerlo, se le escucha narrar de la forma más sencilla y corriente, como un viajero curioso y observador que anota lo que ve en su entorno.
Nació en una colonia persa, pero descendía de una importante familia griega de Halicarnaso. Era peligroso opinar y vivir libremente bajo una tiranía, y apenas Heródoto terminó sus estudios, marchó a Atenas, donde vivió varios años, hasta que su ciudad se refundió con Grecia. En Atenas fue admitido a la brillante sociedad pericleana. Sabemos que conocía a los clásicos y que en adelante dedicó su vida a leer y viajar.
Leerlo es vivir con él, entretenido y disfrutando de lo que ocurría entonces en las calles de Babilonia, en los palacios del Imperio persa, en África y la región del Egeo, la famosa guerra de Maratón y las Termópilas, y la interminable guerra del Peloponeso.
Al vivir con Heródoto esa época, impacta enterarnos de que nunca hubo un año sin guerras. Así fue desde la antigua Grecia hasta la muerte de Alejandro, cuando sus generales se repartieron el imperio que él conquistó. Y desde que se escribe historia hasta nuestros días.
En Heródoto constatamos que siempre hay desorden y, por ende, leyes para controlar el comportamiento de cualquier grupo de ciudadanos; que la paz mundial es un sueño, y que, debido a la naturaleza que trajimos en los genes, siempre seremos belicosos, egoístas y territoriales, pero también capaces de sentir empatía, bondad y solidaridad.
Lo más sorprendente en esa lectura, para mí, fue sentir que podía entrar a cualquiera de aquellas reuniones, fiestas o ceremonias sin sentir una pizca de extrañeza. Así de poco cambiamos los seres humanos.
La autora es escritora.