Leí hace unos días un artículo de Alejandro Gamero que cuenta cómo el mismísimo Marcel Proust pagó por reseñas que hablaran bien de “Por el camino de Swann”. Dice que al cambio serían más o menos unos mil dólares. Los periodistas de Le Figaro y del Journal des Debats se frotaban las manos, por allá por 1913.
Los espacios para reseñas y crítica literaria brillan por su ausencia en la prensa nacional. Lejos quedan los viejos y no tan viejos suplementos literarios y culturales que mantenían cierta vidilla cultural en nuestro país, dando espacios a libros, teatro, cine y otros productos culturales. Sí, “productos”, porque los que hacen cultura deberían contar con canales públicos y privados para promover sus obras.
Veo columnas (pagadas, seguro) que promocionan las artes de España, los libros de España, las ferias de España.
Me parece bien, pero últimamente condescienden con algunos escritores locales, no por nuestra literatura, sino por parecer más “equitativas”, más “cercanas” al quehacer literario nacional. Es fácil hablar de la última novela de Arturo Pérez-Reverte que entrar en la discusión, por ejemplo, sobre la pertinencia de aprender Historia desde textos que son ficción, por mucho que se pretenda vender como narrativa “histórica”.
Los escritores hacen un gran esfuerzo en Panamá por publicarse y nuestros diarios (y columnistas) son muy pilinquis con sus espacios. No siempre por falta de interés, más bien por una visión de negocio que lleva a dejar por fuera temas culturales que casi nadie consume. Necesitamos generosidad de espacios contra tanto columnismo pilinqui.
Hablemos más de libros sin dejar la cosa pública de lado. Abramos espacios literarios y culturales en prensa y televisión, pero no especiales de cuando en cuando, necesitamos periodicidad, generar expectación, dar de leer de modo intencional para que la rueda de la cultura siga sus ciclos. De lo contrario, la cultura será un asunto de ricos caprichosos o de necios que no saben, como ya dicen algunos, en qué país viven.