‘President Carter’



La política no es el arte de hacer posible lo probable, no en estos tiempos no aristotélicos. Hoy, la política es el arte de encontrarle aprobación al oprobio, el arte de validar lo incorrecto.

No son escasos los líderes políticos que perdieron hegemonía por lograr lo imposible, por intentar mejores oportunidades, equidad para sus pueblos, no sin antes sacrificar privilegios, canonjías o limosnas propias, por mejorar la salud, la educación, el bienestar y la felicidad de sus gentes. Por eso, toma tres, cuatro y más administraciones de gobierno para que un presidente de la república se proponga enfrentar los pobres resultados de la corrupción.

La cintura de Panamá fue el bastión de la conquista norteamericana de los mares, para sus guerras y para su comercio. No fue para celebrar independencia y soberanía de una nueva nación. Bien entendieron esto, quienes negociaron no solo la separación del Istmo de Colombia, sino también y con prioridad, su precaria soberanía y el pingüe rescate del fracaso francés. Como el hombre musculoso y fuerte aprieta por su cintura a la mujer que quiere para llevársela a la cama, cuando ella busca otros horizontes y no una burda violación por la fuerza de aquellos músculos, así es la imagen de la toma de Panamá, como la calificó entonces, Theodore Roosevelt.

Es iluso aquel quien cree que, no tener acceso a la Zona del Canal, a sus espacios, sus playas, sus facilidades y comercios, a lo largo de 50 millas de una camisa de fuerza, no se podía catalogar como ceder con pistola en mano, la soberanía. Que la tierra hendida, ahogadas sus siembras y sus viviendas, cortados sus vientos y paisajes, mezclados sus mares y sus peces, borrados sus montes, sus llanos, su geografía valían menos que los trescientos setenta y cinco millones de dólares que, en su momento, se gastó Estados Unidos para su construcción, es de un imperialismo arrogante que abrogó derechos a la nueva nación e hizo suyos la intervención y el dominio.

Un solo hombre norteamericano acuerpó con éxito, a costo muy alto, el justo reclamo por soberanía total y propiedad no negociable del Canal de Panamá. Este hombre fue President Carter, Jimmy Carter.

Como en la introducción de su libro sobre los años en la Casa Blanca del presidente Carter, bien señala el ex-Asesor principal de política interna de la Casa Blanca durante la presidencia de Jimmy Carter, Stuart E. Eizenstat, “su gran virtud fue al mismo tiempo su más seria falta para un presidente en la democracia americana con separación de poderes. Los Padres Fundadores construyeron nuestro gobierno para avanzar gradualmente a través de la deliberación y el compromiso. Pero Carter abordó problemas insolubles con soluciones integrales, sin tener en cuenta las consecuencias políticas. Podría quebrarse antes que doblegar sus principios o abandonar sus lealtades personales”. Por eso, para no pocos hombres y mujeres de la política norteamericana, que deshonran la historia de su país, los logros indiscutibles de Jimmy Carter, asentados en la ética y la justicia, no cuentan sino como fracasos de un mal político, y, por esa misma caracterización imperialista alimentada por la ignorancia y la arbitrariedad, que solo valida la fuerza endemoniada, también hoy resuenan propuestas para retomar el control del Canal de Panamá y violar la soberanía del país donde se abrió una herida cuando, como lo dice nuestro himno nacional, se quiso abrir un abrazo entre los mares y entre las gentes del mundo.

Primero hubo que educar a la población norteamericana que Panamá no era ni estado ni colonia de Estados Unidos, ni estrella ni barra en su bandera. Ahora, en 1976 y en adelante, había que deslegitimar el repetido grito de la derecha republicana, en boca de Ronald Reagan durante sus primarias presidenciales, “yo lo compré, yo lo pagué, es mi propiedad”, levantando un sombrero Panamá que, en efecto, había comprado, había pagado y que era de su propiedad. Antes de las elecciones en noviembre, recuerda Eizenstat, cuarenta y ocho senadores habían aprobado una resolución declarando que nunca apoyarían “entregar el Canal de Panamá”. “No way”, “no vamos a ceder el derecho a perpetuidad de los Estados Unidos, de intervenir en Panamá”. El senador ultraconservador Strom Thurmond ya circulaba otra resolución rechazando cualquier conversación con respecto al Tratado del Canal de Panamá y contaba con la firma de treinta y cuatro senadores.

Aunque durante la campaña política Carter no consideró ceder la administración del Canal de Panamá pero sí revisar el Tratado vigente, una vez se le declaró vencedor de esas elecciones, y con la persuasiva misiva que le enviaran los presidentes “de más de media docena de naciones latinoamericanas”, que inteligentemente Omar Torrijos fue uniendo a la causa panameña, el presidente electo puso en la parte superior de su política exterior, como nos dice Eizenstat, la negociación de un nuevo Tratado con la República de Panamá, lo que dio paso a los Tratados Torrijos-Carter, aprobados por las dos terceras partes del Senado norteamericano. Carter atendió también recomendaciones de la Comisión de Relaciones de Estados Unidos y Latinoamérica, que encabezaba Sol Linowitz, en el sentido de “transferir el control del Canal de Panamá en un nuevo tratado y enfatizar la importancia de los derechos humanos y la democracia en el continente”.

El camino era escabroso y ya estaba yo haciendo mis estudios de posgrado en Estados Unidos, lo que me permitió ser testigo de esto. Recuerdo la abundancia de desconocimiento y hasta de falsedades en la prensa escrita norteamericana durante esos años. Pero ese camino difícil lo hizo Jimmy Carter -sin menospreciar el enorme compromiso de patriotas panameños, aunados en su propósito de consolidar una nación soberana, a la que Panamá nunca había formalmente renunciado, dueña de todo su territorio- sin temor alguno de las consecuencias políticas por posicionarse del lado de las justas reclamaciones de Panamá y no a punta de usar la fuerza. Y, así entendió, que este asunto vital para el pueblo panameño y que honraría con hechos, el calificativo de su nación como una democrática y justa, no se podía dejar para tratarlo en un segundo término presidencial suyo. Abría con ello un nuevo estilo de relaciones entre Estados Unidos y Latinoamérica.

Ese era President Carter, un hombre de valores y principios por encima de beneficios personales, que entendió lo injusto de un tratado a perpetuidad y la vulgar explotación de un bien superior a cualquiera otra riqueza humana, su naturaleza verde.

Días antes de su Inauguración para el 20 de enero de 1977, en una reunión con los miembros del Congreso de los Estados Unidos, Jimmy Carter dijo que “quería reanudar las negociaciones con Panamá muy pronto y esperaba tener un nuevo tratado para el mes de junio”. No fue en junio, sino el 7 de septiembre de 1977, y su implementación como ley ocurrió el 27 de septiembre de 1979.

El respeto por la justicia y los derechos humanos caracterizaron a Jimmy Carter, y comprometieron su presidencia para producir cambios sustanciales en la política exterior de los Estados Unidos y exigir el compromiso de Omar Torrijos H., a devolver la democracia a los panameños. Esto validó la firma de los nuevos tratados del Canal de Panamá. Revisar estas huellas iniciales es mi homenaje a President Carter en este momento en que lo despedimos con particular aprecio y agradecimiento por su ejemplo y luchas por hacer posible lo improbable.

El autor es médico.


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