Ariel Barría Alvarado nació en la provincia de Chiriquí en 1959 y falleció en la ciudad de Panamá en 2021. Fue un destacado narrador panameño, cuyas novelas y cuentos fueron galardonados en diversos certámenes literarios, incluyendo el Premio Nacional de Literatura Ricardo Miró.
En esta ocasión, me referiré a la obra Al pie de la letra, laureada con el premio de cuento José María Sánchez, auspiciado por la Universidad Tecnológica de Panamá. El jurado (compuesto por Raúl Leis, Yolanda Hackshaw y Juan Antonio Gómez) destacó la excelencia del cuentario, calificándolo como: “una obra realista que refleja la dramática situación del ser humano enfrentado a la crueldad, a la hipocresía, a la manipulación. Es el retrato de la rapacidad inmoral del hombre contra el hombre”.
De la mencionada colección, reflexionaré sobre el minicuento Primera plana. A pesar de su brevedad, es, como ha indicado el jurado, un cuento realista, porque contempla un contexto cotidiano de nuestro país, donde lo bueno transcurre desapercibido, mientras que lo demás se transforma en noticia. El microrrelato testimonia el calamitoso ambiente del ser humano en su convivencia ineludible con la falsedad y la manipulación. Vive prisionero en la cárcel del tan antiguo como actual axioma “homo, hominis lupus”.
El narrador de Primera plana nos presenta una dicotomía muy interesante. Subraya la figura de un catedrático que conoció en su juventud, con quien aprendió los arcanos de la escritura. Sin embargo, este nunca fue debidamente valorado. Este profesor, al que el narrador llama Maestro (con intencionada mayúscula para destacar sus virtudes), lo daba todo por ayudar a los demás, sin esperar nada a cambio. Organizaba tertulias con poetas, promovía certámenes literarios y despertaba talentos. Es decir, ocupaba a la juventud de su época en actividades positivas.
Como es común, los maestros están un momento en nuestras vidas, nos preparan para arrostrar con éxito las futuras etapas y luego, por caprichos del destino, los encontramos de forma ocasional. Esto le ocurre al personaje, quien vuelve a ver al maestro mucho tiempo después. Las condiciones no fueron las mejores, pues el profesor transitaba: “tanteando el camino, y no me atreví a hablarle por respeto y tristeza, se estaba quedando ciego”. El maestro se había sumergido en el olvido. Salvo algunos alumnos, pocos lo recuerdan. Entre ellos, claro está, se encuentra el narrador personaje.
No obstante, ocurre una situación extraordinaria (la sorpresa es una de las características de la narrativa de Ariel Barría Alvarado) que nos deja un sabor agridulce. Un día cualquiera, la imagen de aquel profesor que cambió la vida de tantos jóvenes mediante la literatura aparece en la primera plana de diversos diarios matutinos. Sin embargo, la noticia no se deriva de la loable labor que desempeñó por décadas, sino que, tal como nos señala el autor: “Ahora sí les interesa, bañado en sangre, aplastado por las llantas de un autobús. ¡Cabrones!”
A pesar de la trágica naturaleza del final, Ariel Barría recrea en este cuento breve una realidad que no solo se ajusta a un promotor de la literatura, sino a todas las personas que, de un modo u otro, contribuyen al mejoramiento de vidas en particular y de la sociedad en general. Me permito recordar, para finalizar este artículo, a otro gran amigo con quien compartí momentos con Ariel Barría Alvarado: el profesor Ricardo Ríos Torres, quien, a través de los círculos de lectura, promovió el mejoramiento de la calidad de vida de muchos. Don Ricardo, lo mismo que Ariel, jamás esperaron nada a cambio.
El autor es profesor y lexicógrafo