Recientemente, se publicó el nuevo mapa de los niveles de pobreza en el que se señala, de forma muy emotiva, que esta bajó 15 puntos porcentuales. No obstante, es necesario debatir, científicamente, los resultados que nos presentan. Primero, estamos ante una medición de ingresos por individuos, y se plantea entenderla como la dispersión de una distribución, tanto del ingreso como del consumo.
Este enfoque reduce la magnitud del problema que vivimos como sociedad, por consiguiente, minimiza el tipo de política pública que se requiere para atacar el problema.
No se trata de aumentar los ingresos en cada uno de los individuos. Lo que necesitamos es garantizar que todos puedan acceder a los servicios básicos. Por ejemplo: buena educación, salud de calidad, y vivir sin el temor de ser víctima de un asalto; también, a tener la oportunidad de adquirir riquezas o generarlas, contar con un trabajo remunerado justamente y una vida digna.
El hecho de pensar que la solución es intensificar la política de subsidios causa mucha preocupación, pues todo indica que la reducción de los niveles de pobreza implica un grado de correlación con el aumento del gasto en materia de subsidios. El panorama se complica cuando desde el Estado se piensa que ese es el camino correcto para mejorar las condiciones de vida de todos los panameños.
En algún momento estos programas de subsidios se tornarán insostenibles y, al final del camino, despertaremos del espejismo de la reducción de la pobreza.
En Panamá, desde 1999 se ha insistido en que el problema se trata de los ingresos individuales y, de forma errónea, se enfocaron todos los recursos para aumentar el nivel de ingresos de aquellos que se encuentran en pobreza y pobreza extrema.
Es deber del Estado que, mediante las políticas públicas adecuadas, se generen las condiciones para que todos los panameños disfrutemos una vida digna. Ante esto, lo que deberíamos medir son los niveles de marginación; entendiéndola como la carencia de oportunidades sociales y la ausencia de capacidades para adquirirlas o generarlas, pero también las privaciones y la inaccesibilidad a los bienes y servicios fundamentales para el bienestar.
En consecuencia, las comunidades marginadas enfrentan escenarios de elevada vulnerabilidad social, cuya mitigación escapa al control personal o familiar, porque esas situaciones no son el resultado de elecciones individuales, sino de un modelo productivo que no le brinda a todos las mismas oportunidades.