Algunos años atrás, sugerí que un modelo de desarrollo para el país podría estar basado en tres ejes: democracia, educación y ecología (La Prensa, 7 de septiembre de 2016). En el ambiente caldeado de nuestra actualidad, en el que sobran las quejas y escasean las propuestas, y a 6 meses de las elecciones, cuando lo que debería predominar en el debate público son las proposiciones responsables de los candidatos, reitero mis planteamientos por si de alguna manera contribuyen a orientar nuestro rumbo.
La primera propuesta plantea afianzar la democracia. Especialmente, fortalecer la institucionalidad democrática. Podrá parecer muy etéreo, pero la falta de democracia está íntimamente vinculada al descontento actual. ¿De qué se queja el público si no es del enquistamiento y operación de una clase política a espaldas de la ciudadanía?
Esa queja describe a una partidocracia—sistema oligárquico, ajeno, por definición, a la democracia—que no atiende los reclamos populares y tampoco posee capacidad para resolverlos. Retrata a un engranaje—estatal y municipal—cuyos componentes, desde la Corte Suprema de Justicia hasta la oficina de placas del municipio, no tienen aptitud para darle al público las soluciones que necesita.
Antes bien, entorpecen con su corrupción, ineptitud y desidia el desenvolvimiento de las faenas productivas y las actividades de mejoramiento individual y colectivo.
Frente al descalabro institucional que genera amplia frustración, como lo hemos visto en las protestas, algunas voces sugieren que hace falta un liderazgo “fuerte”, significando con ello, por supuesto, a un autócrata. El más popular de nuestra actualidad es Bukele, a quienes algunos quisieran clonar para ponerlo a gobernar autocráticamente en Panamá.
La desesperación (y la ignorancia) lleva a algunos a obviar lo que ha sido observado desde la antigüedad y que Lord Acton resumió brillantemente en pocas palabras: “El poder absoluto corrompe absolutamente”. Por eso, la autocracia no es una buena fórmula de gobierno, además de que el ejercicio absoluto del poder envilece y degenera a la población, convirtiendo a sus integrantes en vasallos abyectos y sumisos ante quien manda.
Quienes se preocupan prioritariamente por la economía deberían tener muy claro que la democracia es el sistema político que más incentiva la creatividad, principal motor del desarrollo. Un sistema que respeta la igualdad ante la ley y la dignidad de las personas contribuye a su maduración como individuos creativos en un entorno de libertad y garantiza que las transacciones económicas puedan realizarse con seriedad y confiabilidad.
Para avanzar hacia esa meta, es preciso tomar decisiones sin mayor postergación. Hay que cambiar la constitución vigente, no solo por su vicio de origen—emana de una dictadura—sino porque su formato es conducente a la corrupción, al acaparamiento del espacio público por los más ineptos y viciosos, y al ejercicio abusivo del poder.
Elecciones concurrentes (todas, el mismo día) y por mayoría simple (sin segunda vuelta), períodos demasiado largos (5 años), reelecciones indefinidas y la posibilidad de que delincuentes se presenten a la elección son algunos de los incentivos a la corrupción de la constitución militarista de 1972. Su peor rasgo es el sistema de representantes de corregimientos, que descabezó la vida municipal y estableció el criadero de maleantes que hoy domina el escenario político.
Junto con el cambio constitucional que, para ser eficaz y legítimo, debe llevarse a cabo mediante la vía de la constituyente, es necesario rediseñar el régimen electoral. No es posible que solo los avivatos, la gente de la peor calaña y los que tienen acceso a millones (propios o ajenos) puedan aspirar a cargos de elección popular. Hay que democratizar, no solo el sistema político, en general sino el sistema electoral, en particular.
La propuesta educativa va encaminada a que todos los individuos puedan aprovechar el contexto de libertad, igualdad y dignidad que instaura la democracia, para descubrir, ampliar y desarrollar sus capacidades productivas. Para ello, necesitamos un sistema educativo que provea condiciones e infraestructuras idóneas para el aprendizaje, educadores motivados y adecuadamente formados, y un currículo que prepare a los estudiantes para enfrentar los retos de nuestra modernidad.
Las materias clásicas siguen siendo las más conducentes al desarrollo del razonamiento, la comunicación, el pensamiento crítico y las destrezas sociales: matemáticas, gramática, filosofía, ciencias e historia. Para producir la necesaria transformación educativa, deberíamos pensar en centros educativos –desde el parvulario hasta la universidad– abiertos todo el año (no solo un par de meses o algunos días a la semana, con suerte) y provistos de educadores de la más alta calidad, nacionales y extranjeros.
La propuesta ecológica adquiere aún mayor relevancia en el marco de las protestas contra la minería recientemente protagonizadas. La idea es muy elemental: el ambiente natural que nos queda (ya no es tanto) tiene gran valor y potencial para generar mejores condiciones de vida para todos.
Este no es un concepto impalpable y romántico: cada vez se habla más de contabilizar y obtener valor económico de la preservación del ambiente. Pocos países tienen mayor biodiversidad que Panamá, aunque pareciera que estuviésemos empeñados en destruirla.
Pocos países tienen, además, mayor urgencia de preservarla, para asegurar el suministro sostenible de bienes básicos como aire limpio y el agua que es tan esencial para el consumo, para la producción de alimentos y para la operación del canal, el activo que nos representa en el extranjero.
Una política ecológica seria se enfocaría en la descontaminación y reforestación de todo el territorio nacional, de frontera a frontera, a fin de asegurar el suministro del agua que todos necesitamos, la creación de barreras naturales para la protección contra desastres, y la creación de bosques nativos que permitan la realización de actividades económicas sostenibles y rentables, incluyendo, por supuesto, el turismo ecológico.
Este esquema sencillo, basado en la democracia, la educación y el cuidado ambiental, produciría muchos beneficios al país. Es hora de pensar en propuestas, porque entre quejas y corrupción, el país se nos va de las manos.
El autor es politólogo e historiador, director de la Maestría en Asuntos Internacionales en Florida State University, Panamá y presidente de la Sociedad Bolivariana de Panamá