Pedro Rivera no se equivocó cuando escribió que hay cuatro países en el universo panameño. Existe un país transitista, un país agrario, un país marginal y hay un país excluido. Sin embargo, las lecturas de estas cuatro categorías confinan una serie de identidades del ser panameño más compleja. Incluso, tal vez ha pasado suficiente tiempo, desde la magistral conferencia del poeta, como para actualizar la noción de país que tenemos hoy día. Somos una geografía con un ecosistema cultural con posibilidades, solo que no estamos educando para valorarlo y cuidarlo.
Quizás los países que le faltaron mencionar a Rivera están contenidos en dos formas de país que Octavio Paz menciona en su ensayo Tiempo nublado: el país legal y el país real. Es decir, un país implícito en los textos constitucionales y jurídicos que reflejan el espíritu de la democracia y la modernidad y, el segundo, un país históricamente subordinado a una economía semifeudal y capitalista, que siente en el libre mercado el sentido de la libertad. No creo que Paz lo pensó exactamente así, pero esa dicotomía está llena de tensiones y contradicciones.
Una de esas tensiones es la palabra pueblo. Lo que le da sentido y presencia a un país es el pueblo. La noción de pueblo es una categoría política y antropológica; también cultural. Me gusta la definición de Enrique Dussel: “El pueblo, como colectivo histórico, orgánico -no solo como suma o multitud, sino como sujeto histórico con memoria e identidad, con estructuras propias es igualmente la totalidad de los oprimidos como oprimidos en un sistema dado, pero al mismo tiempo como exterioridad”.
Entre las formas de país que detectó Rivera los oprimidos deberían de estar en el país marginal y excluido. El otro es el oprimido porque nos revela un rostro lastimado por la injusticia y lejos de la verdad. Sin embargo, en el país real todos somos oprimidos y todos somos cautivos. La experiencia de la liberación del otro, del oprimido, es nuestra propia liberación que nos hace pueblo. Pueblo oprimido, marginado, olvidado, excluido, pero también pueblo sin responsabilidad ética ni conciencia.
En el cuento de Franz Kafka, Ante la Ley, un hombre quiere llegar a ver a la Ley. Es un hombre sin rostro, tal vez un campesino, un indígena o un negro, no lo sabemos; solo sabemos que ha venido de muy lejos para ver a la Ley. Pero debe primero vencer a los que custodian las puertas, que son infinitas; además en cada puerta hay un guardián más fuerte que el anterior. La metáfora del cuento nos revela que el pueblo jamás tendrá acceso a la justicia y a la verdad; porque hay fuerzas que le impiden llegar a ellas no tienen ninguna responsabilidad hacia el otro, el oprimido, el pueblo.
Es por eso que, históricamente, la palabra pueblo solo tiene sentido cuando es sujeto de liberación, sujeto colectivo. La experiencia por la liberación del otro, dice Antonio Sidekum, que se encuentra en la injusticia. “El otro que viene a mi encuentro, que en su interpelación clama por la justicia, rompe con el sistema de opresión, con la ideología o ilusión, rompe con el egoísmo del yo”.
Precisamente, en esta complejidad que hemos llamado pueblo, se gestiona el yo, el sujeto. También Panamá ha sido un pueblo sujeto de liberación, pero en la actualidad hemos regresado a ser un nuevo tipo de colonia postmoderna. Somos nuestra propia trampa. Fingimos ser abiertos, pero somos una país cerrado, porque no somos sujetos de lenguaje ni pensamiento. Nos domina la pasión y el espectáculo. Pan y circo, para ser más claro. No hemos aprendido a valorar la memoria ni lo que realmente importa porque lo efímero y pasajero nos resulta más fácil.
Somos sujetos simbólicos, pero no articulados desde la historia y la memoria. Nos gusta la fiesta, el rito, el culto, la ceremonia, pero no respetamos la otredad, al otro, al distinto. Despreciamos la imaginación, por eso no somos sujetos creativos y seguimos imitando y copiando. Somos sujetos oprimidos y cautivos, porque desconocemos nuestros derechos y hemos condenado los santuarios de la información y el conocimiento rindiendo culto a lo frívolo y banal.
Solo desde la reafirmación de la cultura en toda su complejidad y diversidad, desde una educación que privilegie lo humano por encima del currículum, podemos ser sujetos de liberación, otra vez. Todavía hay esperanza porque seguimos siendo un pueblo oprimido por un sistema político corrompido y una institucionalidad burocrática deshumanizada. Por ser sujetos oprimidos debemos seguir provocando al guardián que no nos deja llegar a la ley y la justicia. Algo más a favor del ser panameño: en medio de las contrariedades, los malestares que aquejan y ciegan el pensamiento y el espíritu, somos sujetos de comunión y esperanza, por eso también somos sujetos de resistencia.
El autor es escritor.