Pocas veces me gusta escribir sobre personas que han marcado, de una manera u otra, mi carrera, pero hoy no solo debo hacer una evocación de lo que fue la vida de una gran persona, sino también presentar un ejemplo de vida, no solo para maestros, sino para cualquier persona que guste de la cultura, la historia y hasta de la lógica de la vida.
La semana pasada, el país se despidió de una persona que se distinguió, no tanto por su forma de vestirse, ni por los lujos que ostentaba, ni siquiera por su círculo de amistades o de negocios. Fue un hombre que, más que un maestro, fue un gran educador, pues no solo compartió todo el vasto conocimiento que tenía, sino que fue un ejemplo para muchas generaciones que, por años, caminaron los pasillos del recordado Instituto Pedagógico en Las Cumbres.
Humberto Vergara Díaz, originario de la región de Azuero, forjó una carrera que sirvió para que cientos de jóvenes desarrollaran un gusto muy especial por la literatura, la filosofía, la lógica y, en mi caso en especial, una pasión por la historia que aún conservo y practico.
Siendo apenas otro joven con muchas ganas de enseñar, se unió a un nuevo proyecto que los hermanos Kuzniecky estaban desarrollando en el hoy conocido como Panamá Norte, otrora un área de fincas y residencias de campo, que rodeaba un precioso paisaje con un lago, colinas y hasta una serie de rocas volcánicas como protagonistas.
Por esos salones pasaron varias personas que hemos contribuido al desarrollo de este país en diferentes áreas, como la política, incluyendo a un presidente de la República, diputados, magistrados, procuradores, contralores, reconocidos juristas, grandes empresarios, comunicadores, activistas, líderes comunitarios, galenos, ingenieros e, igualmente, varios escritores que han sido galardonados con los más altos reconocimientos nacionales e internacionales.
El cariño por las letras se lo debemos, en gran medida, a educadores que, como “El Beto” —apodo cariñoso que le adjudicamos al Prof. Vergara—, inculcaban en esos alumnos sedientos de conocimiento el gusto por la literatura.
Había quienes disfrutábamos escuchar los relatos del Prof. Vergara sobre la historia europea y continental, y cómo parecía que el propio Amador Guerrero nos relataba las negociaciones para alcanzar la independencia del Istmo. Esto producía una sensación especial de protagonismo.
Se preparaba de tal manera para sus clases que podía hacer que te enamoraras de las aventuras de Gengis Kan, Marco Polo, Aristóteles, Simón Bolívar o George Washington.
El profesor Vergara era un hombre sencillo, pero estricto. Su conocimiento y rectitud hicieron que se le confiara la dirección de la sección secundaria del colegio, tarea que cumplió de manera ejemplar. Sus medidas disciplinarias nos enseñaron muchos de los valores que hoy practicamos y que he compartido con mis hijas.
Este tipo de educador es el modelo que muchos añoramos. Es el ejemplo que, ojalá, los maestros y profesores de nuestro país imitaran. Es el tipo de educador que vive, enseña y aprende; que sufre cuando alguno de sus estudiantes no logra su cometido y que no está en el salón de clases solo para cobrar un salario, sino para disfrutar el momento en que sus alumnos cumplen sus metas y aprenden.
Es el tipo de educador que piensa que sus estudiantes son primero, pues los ve como si fueran sus propios hijos. Vive y sufre hombro a hombro con la familia de cada uno de esos estudiantes y está dispuesto a estar presente, al igual que, por ejemplo, médicos, policías o cualquiera de estas profesiones esenciales para la convivencia armoniosa de todos.
Fue agradable ver tantas caras conocidas en su sepelio y que la nota común fueran las palabras de elogio y añoranza que todos compartimos. Para mí, la nota cumbre fue cuando sus dos hijas me comentaron, por separado, que su papá disfrutaba los artículos que yo escribía, como precisamente este, que estoy seguro de que, donde esté, lo leerá y espero que lo disfrute.
Agradezco al Prof. Vergara sus enseñanzas, sus lecciones y su ejemplo. Panamá pierde a un gran hombre, literato, historiador, maestro, padre y amigo. Su esfuerzo y dedicación valieron la pena, y somos muchos los que podemos dar fe de esto.
Buen viaje, Beto…
El autor es dirigente cívico y analista político.