No cabe duda alguna que Panamá ha llamado la atención de muchas potencias a través de la historia: desde los españoles; el Proyecto Darién que buscaba establecer una colonia escocesa llamada Nueva Caledonia en la década de 1690; el intento fallido de los franceses para construir el Canal de Panamá, cuyas acciones fueron vendidas luego a los estadounidenses para finalizar la construcción de la vía interoceánica. Sin embargo, año tras año nos encontramos con la misma interrogante: ¿Qué realmente estamos celebrando cada noviembre? Y no sólo nos referimos a la falta de conocimiento de nuestra historia y el civismo panameño entre nuestra población estudiantil, sino además entre ciudadanos adultos.
A casi 203 años de independencia de Panamá de España, 121 años de vida republicana y 25 años de tener total soberanía sobre nuestro Canal y territorio, nuestro mayor reto como país es de índole doméstico y se refleja en la desincentivación de la participación ciudadana en la vida política. Las efemérides patrias se consideran un día feriado, pero por razones completamente alejadas de la realidad debido en gran parte, a la normalización que le hemos dado a la impunidad, al ciclo de desconfianza y a la apatía que reflejamos ante nuestras instituciones democráticas. He oído en reiteradas ocasiones que a Panamá no lo cambia nadie, sin embargo, olvidamos que para que cambien las cosas debemos comenzar a cambiar nuestra forma de participar en los actos de civismo que implica pertenecer a Panamá. Debemos cambiar la manera en la que elegimos sobre el futuro político, el desarrollo económico o la calidad de justicia de nuestro país, pero sobre todo, debemos entender que el orgullo de ser panameño sólo es válido cuando comenzamos a hacer respetar nuestra república de aquellos que, en nuestro propio territorio, quieren terminar de destruir las instituciones públicas por caprichos e intereses personales.
El gatopardismo del último año nos demuestra que no importa el nombre que lleven los nuevos partidos políticos, las nuevas campañas o alianzas, Panamá parece continuar en un estado letárgico en el que no existe el análisis individual que como ciudadanos debemos hacernos para comprender qué podemos hacer para agasajar nuestra patria. Por otro lado, el colectivismo cívico se ve cada vez más empañado por los efectos negativos de la corrupción en todas sus formas, desde el “juega vivo” hasta el nepotismo y las mismas prácticas nefastas de siempre en las jerarquías de poder de la República. Otrora, la repetición de los valores que debíamos practicar cada día para honrar a la patria iba acompañada de un significado y de las consecuencias que conllevaba irrespetarlos, pero parece que todo sentido de pertenencia y de honradez para con el país se sigue deteriorando cada vez más.
La corrupción no es solo un problema en sí misma; sino que además corroe el tejido cívico de cualquier país, y somos los ciudadanos el primer frente para combatirla. En mis recorridos a través de Panamá he podido comprender que lo que realmente nos hace panameños es el sentido que obtenemos al trabajar por nuestra gente y por nuestra tierra istmeña, que más allá de las críticas o escándalos internacionales; el verdadero paraíso de Panamá se encuentra en las playas y los cayos, desde Bocas del Toro hasta San Blas; en los suelos fértiles y los paisajes verdes de las provincias en el pacífico panameño; nuestro incomparable folclore atesorado en Azuero; y el alma de libertad y de progreso que nace de nuestros ríos y nuestros libertadores. Panamá realmente somos todos, y en nuestra diversidad está nuestra mayor fortaleza, porque es a través de ella que podremos seguir construyendo la nación que tanto anhelamos.
El autor es licenciado en ciencias políticas y relaciones internacionales