Las páginas de Opinión de este lunes 25 de julio de 2022 (que es cuando escribo este artículo) traen dos escritos interesantes e importantes. Uno de Roberto Brenes, quien se ha distinguido siempre por presentar una visión de derecha; plantea en su artículo titulado “Insurrección en el Titanic” los claros peligros de soluciones estatistas en el Diálogo por Panamá, que apuntan hacia la izquierda radical.
El otro artículo es de Guillermo Chapman, reconocido economista con experiencia pública, titulado “¿Cambiar el modelo?”, en el que indica claramente que el modelo actual es de un “capitalismo distorsionado” o, dicho en otras palabras, “capitalismo de amiguetes”. Concluye que el cambio de modelo es necesario, pero por supuesto evitando todo intento de cambiarlo para peor, hacia un sistema de economía centralizada planificada, en el que el Estado llegue a tener control de los medios de producción.
Entonces, el problema no es si se debe o no cambiar de modelo, sino hacia dónde. ¿Quiénes definen ésto? La ciudadanía, ¡el poder ciudadano! ¿Cuántos de nuestros ciudadanos quieren el modelo que representa la izquierda radical, que hoy es la de mayor influencia en la mesa de diálogo? En la última medida electoral (la única real), los líderes de la izquierda radical lograron menos del 1% del voto, pero hoy, por movidas estratégicas inteligentes, controlan la mesa. Los sectores empresariales (micro, pequeños y medianos), junto a los sectores de la sociedad civil que han sido efectivísimos “en la calle”, en esta ocasión (cuando por primera vez en décadas el disgusto ciudadano es generalizado) no salieron a la calle, dejando la cancha a la izquierda radical; el mismo Saúl Méndez dijo que nunca había visto una protesta igual.
Estamos frente a un gobierno inútil, abusador de los fondos públicos, único responsable del disgusto general, y un presidente que está totalmente ausente.
Hay que erradicar el capitalismo de amiguetes (como se logró con lo de las leyes de turismo) y despedir de inmediato a las 5,000 botellas ingresadas al Estado en los últimos 90 días.
Ante estos hechos, se movieron y organizaron los sectores empresariales y están en éso mismo sectores de la sociedad civil. Han formado organismos unificadores para tener la fuerza (tienen la capacidad de cerrar el país) para participar en lo que continúa con la fuerza ciudadana, para procurar resolver la verdadera raíz del disgusto general: la corrupción generalizada y el abuso y burla de los funcionarios de gobierno, los responsables de la crisis más grande en décadas.
¿Quién dice miedo? ¡No hay que tener miedo! Hay que asegurar que las opiniones más moderadas –y mayoritarias– sean planteadas con fuerza (desde la calle, si es imprescindible).
Lo importante es que todos, absolutamente todos, estemos representando que el modelo sí tiene que cambiar. Hay que erradicar el capitalismo de amiguetes (como se logró con lo de las leyes de turismo) y despedir de inmediato a las 5,000 botellas ingresadas al Estado en los últimos 90 días. Hay que corregir de un plumazo lo de la Unachi, eliminar las planillas brujas de la Asamblea, exigir el cambio del Gabinete inepto y que atender una larga lista de abusos de funcionarios , así como ya lo han venido exigiendo muchos políticos independientes.
Hay que exigir soluciones radicales a los servicios básicos para la población: agua, salud, CSS, educación, seguridad, todos en estado lamentable, al punto que son fábricas de desigualdad inaceptables. Y, a la vez, ¡hay que incentivar la empresa participativa!
¡El poder ciudadano, la opinión y la fuerza mayoritaria, exigiendo el cambio de modelo!
¿Quién dijo miedo? Es nuestro país, ¡el único que tenemos! Miedo, ¡nunca! Cumplir con nuestra obligación ciudadana, eso sí, ¡ahora y siempre!
El autor es presidente fundador del diario La Prensa.
