Durante 15 años Panamá vivió una fiesta inolvidable.
Gastamos lo nuestro y empeñamos el futuro. Esta rumba fue financiada triplicando la deuda pública en exceso de $45 mil millones en poco más de una década. Y ahora cuando la música de la fiesta empieza a apagarse, nos traen la cuenta y asusta.
Para los que crecimos pensando que las catástrofes de la naturaleza esquivan a Panamá por su posición, la historia nos ha enseñado que –que como todos- tenemos tiempos de vacas gordas y, si bien pueden demorar, las vacas flacas llegan. Pudimos aprovechar los momentos de abundancia para ahorrar, pero la cultura tropical prevaleció y hemos disfrutado la fiesta hasta el final, casi.
Precisamente ahora cuando empezaban a llegar cuentas grandes de la fiesta pega la crisis minera, tal vez no tan inesperada. Los expertos saben, en base a experiencias anteriores, que el apoyo ciudadano es un requisito previo a construir. Ganarlo es un desafío que requiere amplísima información y amplísimo debate nacional para que posteriormente los ciudadanos voten a favor o en contra de un proyecto. Poner la carreta delante de los bueyes causa accidentes; existen precedentes sobre la suspensión de otras minas en el mundo. En este caso el desafío es superior porque los impactos ambientales en un bosque tropical, que es parte del corredor mesoamericano, son mayores que en el desierto del Sarigua o Atacama, Chile donde se sitúa La Escondida, la mayor mina de cobre del mundo.
La indignación ciudadana tiene razones para desbordarse pero no dejemos que la emoción nuble la razón. Más allá del veredicto de inconstitucionalidad de la Corte Suprema de Justicia y los complejos procesos legales por venir, al final tendremos que decidir qué hacer, cómo usar o descartar la inversión en sitio estimada en $10 mil millones. Reconociendo que la mayoría somos novatos en el tema, no hay vergüenza en sentirnos confundidos: estamos en medio de una guerra de miedos entre la catástrofe económica si se cierra la mina y la catástrofe ambiental si continúa.
La realidad es que hay muchos panameños que no quieren la mina. También es verdad que hay muchos que, molestos por la forma que se manejó el proceso, quieren entender las alternativas. Nos toca a todos considerar las opciones recordando que vivir en paz requiere que la mayoría tome en cuenta a las minorías.
Contrario a la actuación de algunos
legisladores que aprobaron la ley del contrato de concesión de la mina de cobre sin haberlo leído, es imperante ilustrarnos sobre el tema. Seamos estratégicos como país, este es un tema para rato. Tal vez haya que dejar pasar la “cabeza de agua” que viene bajando, entendiendo que la euforia y la ira son malas consejeras, en especial cuando se acompañan de la ignorancia. Aunque la suspensión de las operaciones de la mina puede durar meses o años, tenemos el deber histórico de completar la tarea: 1. traer recursos y educarnos, como sociedad, con expertos independientes de categoría mundial como Colorado School of Mines, Universidad de Chile, University of Queensland, y multilaterales entre otros. 2. promover un debate nacional inclusivo hasta agotar los temas y 3. concluir con un proceso democrático tipo referéndum para decidir sobre una propuesta que idealmente tenga mayoría representativa. Es un proceso costoso, incierto y largo pero los atajos no funcionan. La buena noticia es que el mineral no tiene fecha de expiración.
Decisiones trascendentales no se toman en el vacío. Sería un gran aporte del Gobierno presentar un Proyecto de Presupuesto 2024 excluyendo operaciones mineras, lo cual ayuda a alinear las aspiraciones con la realidad. El estilo de vida al que nos acostumbramos con alto gasto público y subsidios es insostenible, se van a requerir ajustes. Estos números son importantes porque serán compartidos por dos gobiernos, el actual a cargo de la primera mitad del próximo año y el que se elija en mayo, a cargo de la segunda mitad.
Igualmente los candidatos a presidente y cargos de elección 2024 ya pueden ser parte de la solución enfatizando realismo en sus propuestas. Frente al tsunami de necesidades es mejor ser realistas ahora porque la ‘luna de miel’ pos elección será corta y la tolerancia escasa. Soluciones a problemas acumulados por muchos años van a requerir un gobierno de reconstrucción y acuerdos de estado.
Era predecible que Panamá tendría, igual que otros países, presiones pos pandemia con un “covid largo” socioeconómico. También es predecible que en 2024 la República tendrá menos recursos y espacio de maniobra y, que el 2025 dependerá en parte de lo que decidamos en 2024.
Mientras tanto la cuenta sigue creciendo. A la par de los retos tenemos una gran oportunidad para enrumbar la nave de la nación. Como la cuenta de la fiesta nos pertenece a los ciudadanos, las decisiones sobre la fiesta también.
El autor es ciudadano