Hace 50 años, París ardía con una revuelta estudiantil que buscaba que la imaginación se tomase el poder, mientras en Panamá, los políticos se adentraban en la senda que los eliminaría por decreto militar. Paradojas de un año singular, en el que Praga vivió su corta primavera de libertad, México su sangriento Tlatelolco, y el mundo perdía a Martin Luther King con su sueño de igualdad.
Aquel mayo francés de 1968 que se inició realmente en marzo con demandas por libertad en la Universidad de Nanterre, fue creciendo hasta convertirse en una revuelta monumental que incendió el parisino Barrio Latino en búsqueda de una nueva sociedad que no llegó.
Eran tiempos singulares; tiempos de utopías. En Estados Unidos, el movimiento por los derechos civiles luchaba por la igualdad y el activismo pacifista pedía el fin de la guerra de Vietnam, mientras el Che Guevara se convertía en bandera, la píldora abría la puerta a la revolución sexual y la música de Dylan, Los Beatles y tantos otros, acompañaba las trincheras.
Por el contrario, el mayo panameño de 1968 no tuvo sabor de revolución. Los candidatos a la Presidencia de la República, Arnulfo Arias y David Samudio, hicieron lo de siempre: disputarse el poder a punta de golpes bajos, atizando irresponsablemente la llama de la violencia. Sería la última oportunidad para la democracia panameña y los políticos de entonces. Solo unos meses después, ya lo sabemos, los militares se harían con el poder, y una sui generis revolución, la torrijista, empezaría su camino en la historia.
La protesta de París -que inicialmente pedía mayor libertad y participación en las entonces anquilosadas estructuras universitarias francesas-, evolucionó hacia un cuestionamiento general al sistema, a la sociedad jerarquizada de la época, al poder. Los estudiantes de La Sorbona y 10 millones de obreros se sumaron a la protesta, y un espíritu libertario se tomó las calles.
De este lado del mundo, la “revolución” que inició su singladura en 1968, se justificaba alegando la necesidad de sustituir las decadentes instituciones del Estado y los corruptos partidos políticos. No le faltaba razón, pero 21 años después, Panamá era invadido militarmente por Estados Unidos, para aniquilar al monstruo que nació en octubre de ese simbólico año.
Tras las trincheras parisinas, los creativos mensajes que llenaron las paredes y los adoquines convertidos en municiones, la revuelta fue perdiendo fuerza. Los sindicatos que habían paralizado el país, abandonaron a los estudiantes a cambio de un aumento salarial. Fue el fin de la utopía.
Sin embargo, nada volvió a ser igual. La imaginación no llegó al poder, ni las guerras dejaron paso al amor, pero los estudiantes abrieron la puerta a un mundo nuevo, a una nueva época: a los movimientos de liberación de la mujer, la lucha contra la discriminación de los homosexuales, la defensa del medioambiente, el cuestionamiento de las jerarquías o la profundización de la democracia. Esas batallas siguen vigentes.
En este lado del mundo, y tras la terrible invasión que empezó a gestarse en 1968 con la toma del poder por los militares, los panameños hemos enfrentado varios mayos de renovación electoral con la esperanza de que políticos decentes y comprometidos con la construcción de una sociedad más justa lleguen al poder, de que jueces y magistrados trabajen por la justicia, de que los diputados hagan las leyes que se requieren para hacer viable y efectiva la administración pública en beneficio de todos, de que los corruptos vayan a la cárcel, de que cada día tengamos más y mejor democracia.
Medio siglo después de ese mítico mayo del 68 y del golpe militar que terminó con la caricatura de democracia que vivíamos, seguimos esperando que una imaginación creadora, informada, solidaria y científica, se tome el poder.
La autora es periodista, abogada y presidenta del capítulo panameño de Transparencia Internacional