Como médica con años de experiencia en el Programa de Atención Primaria en Salud (APS) en la Caja de Seguro Social (CSS) de Panamá, he tenido la oportunidad de observar de cerca el funcionamiento de nuestro sistema de salud. Ahora que se discuten las posibilidades de unificar el sistema, surgen dudas sobre si estamos realmente preparados para enfrentar este desafío crucial.
Al analizar la situación en otros países de la región, es evidente que hay ejemplos de unificación exitosa, como en Suecia y Cuba, donde se garantiza atención universal y acceso equitativo. Sin embargo, no podemos ignorar los casos de países que intentaron lo mismo y enfrentaron serios problemas, como Colombia y Chile, que lidian con dificultades significativas en cobertura, corrupción y desigualdad en el acceso. Un ejemplo cercano es Costa Rica, cuyo sistema de salud unificado atraviesa una crisis que pone en duda la efectividad de su modelo.
En el contexto panameño, las preocupaciones son alarmantes. Enfrentamos obstáculos críticos que han resultado en el fracaso de esfuerzos similares en otros países. La corrupción en la gestión de fondos es un desafío persistente, desviando recursos vitales y dificultando la rendición de cuentas. Además, la falta de financiamiento adecuado es preocupante, ya que los sistemas de salud unificados requieren inversiones sostenidas.
Un tema clave es la problemática del programa de pensiones de la CSS. La creciente demanda de atención médica, especialmente en una población cada vez más envejecida, ejerce presión sobre un sistema de pensiones que ya enfrenta dificultades financieras. Si no resolvemos esta crisis, los recursos destinados a la salud podrían verse aún más limitados, afectando la calidad de los servicios.
También enfrentamos una notable escasez de personal de salud. La renuncia de profesionales capacitados, debido a la falta de insumos esenciales, ha creado un vacío significativo en la atención, exacerbando la presión sobre quienes permanecen en el sistema. Las desigualdades en el acceso a servicios son pronunciadas, especialmente entre las áreas urbanas y rurales, lo que limita la atención a las poblaciones más vulnerables.
Como médica en el APS, he observado un patrón recurrente: cada nuevo gobierno, cada cinco años, llega con intenciones de mejorar la atención primaria. Sin embargo, estos planes suelen desvanecerse, ya que quienes los dirigen muchas veces carecen de un entendimiento profundo de la realidad en el campo, lo que les impide abordar adecuadamente las necesidades locales.
Frente a estos desafíos, surge una pregunta: ¿qué probabilidad tiene Panamá de lograr una unificación efectiva de su sistema de salud? Si consideramos los fracasos en otros países, nuestras condiciones actuales parecen indicar un alto riesgo de fallar en este intento. El dicho “aprender por cabeza ajena” es pertinente aquí; no deberíamos esperar a sufrir las dificultades que otros ya han enfrentado.
No podemos ignorar ejemplos como los de Venezuela, Argentina y Honduras, donde la falta de enfoque y recursos llevó al colapso de sus sistemas de salud. ¿Realmente estamos preparados? Dada la corrupción, el escaso financiamiento, la falta de personal y las desigualdades en el acceso, es esencial cuestionar la viabilidad de un sistema unificado en Panamá.
La unificación del sistema de salud debe ser un objetivo que no solo se declare en papeles, sino que se aborde con seriedad y compromiso. Se requiere un enfoque estratégico que entienda la realidad del campo, garantice una gestión transparente y ofrezca una solución sostenible para el programa de pensiones de la CSS.
El futuro de la salud y el bienestar de la población panameña está en juego. Debemos cuestionar y reflexionar. La salud de nuestra nación depende de ello.
La autora s profesional de la salud.