La patria está herida. El engaño y la mentira del coloso fueron el fundamento, y China, la excusa. La frase “vamos a retomar el Canal de Panamá” la han convertido en “lo estamos retomando”. Desde un podio colocado en las entrañas del Canal, escoltado por el glorioso puente de las Américas, deslumbrando la entrada del Pacífico y bajo territorio protegido por la neutralidad permanente, confundí al secretario de Defensa de Trump con un exgobernador de la extinta zona del canal o, en su defecto, con el Capitán América. Desde este escenario arremetió de palabra contra la China Popular, olvidándose de que estaba pisando suelo protegido por la neutralidad. Pero eso no le importó.
Y es que tenemos un mal garante, porque resulta que aquel que tiene la obligación de mantener el régimen de neutralidad permanente, establecido en el tratado a efecto de que el Canal permanezca permanentemente neutral, lo viola. Fue una estocada más, ahora de otro emisario, porque los gringos no tienen amigos, sino intereses.
En lo personal, me importa un comino qué piense Estados Unidos de China o viceversa. Son dos elefantes tirándose dardos geopolíticos, y en el medio estamos nosotros; como el escarabajo que busca aferrarse a la madre tierra y que no lo pisen. Y no se equivoquen, porque no defiendo a la China Popular tampoco: un Estado autoritario, dictatorial y violador de los derechos humanos. Pero, nos guste o no, la política de una sola China no solo es mayoritaria, sino que Estados Unidos mantiene relaciones diplomáticas con ella, qué sarcasmo. Porque hasta ahora quien nos amenaza, engaña e intimida es el Tío Sam y no Kung Fu Panda.
Pero resulta que, además, son cicateros y mezquinos. Y para complacer a su audiencia de patio, vociferan el “First and Free” para no pagar peajes. Además, hay que gratificar su tacañería electorera creando el “costo neutral”. Una especie de compensación que parece ser un trueque para enaltecer la narrativa de quien, alguna vez, Marco Rubio calificó como “estafador” y “lunático”. Imagino que Estados Unidos sí pagará peaje, porque el tratado lo exige; y cuando nos cobre por los servicios que nos proporciona, ese peaje se lo devolveremos, porque dudo que el codicioso pretenda resarcir nada.
Estamos en un Panamá confundido, desorientado y aturdido. Mulino no es ni traidor ni desleal; es un presidente caminando en la cuerda floja de lo imprevisible, en medio de un pueblo que recuerda la lucha canalera y la agresión imperialista; y, en el otro lado, el presidente abusivo, caótico e imprudente del país más poderoso del mundo, capaz de invadirnos militarmente, sancionarnos económicamente y quitarnos visas masivamente.
Y es entonces cuando el paso firme cojea; y que no se le ocurra ni explicarlo ni justificarlo, porque la investidura no le permite inmolarse frente a la muchedumbre. Y en esto entiendo al presidente, a pesar de sus errores.
Si bien Panamá está jugando a la cautela —mientras que, para algunos, al entreguismo y la traición—, esa prudencia es excesiva. Hay que buscar el balance entre la sensatez y la dureza, o lo que llama Mulino, el paso firme. Para detener la entrega de concesiones y utilizar el multilateralismo y sus procedimientos. Porque si la narrativa era y es que China operaba y controlaba el Canal de Panamá, podríamos activar el arreglo pacífico de controversias según la Carta de las Naciones Unidas, para exigir una inspección al Canal y los puertos, entre otras posibilidades.
Sobre todo cuando siguen con la cantaleta de que todo este drama en Panamá es para detener la esfera de influencia china y servirle a los intereses estadounidenses, en vez de proteger el régimen de neutralidad permanente. Con más razón cuando Hegseth le ha dicho a Mulino que el tema chino es más percepción que realidad. O sea, que todo este desbarajuste es producto de una conjetura o presagio, ni siquiera una sospecha. Una soberana irresponsabilidad que pudo haberse denunciado desde un principio, de contarse con la información.
Aunque considero que el memorando de entendimiento firmado en temas de seguridad con las fuerzas armadas estadounidenses es más inconveniente y perjudicial que inconstitucional, bases, instalaciones, áreas y ubicaciones —esos pedacitos de tierra istmeña donde se ubican— ahora están en juego. No porque Panamá no esté capacitado soberanamente para que Estados Unidos utilice los sitios mencionados según ese documento, sino por la coyuntura en la que se otorga dicha concesión. Es decir, en medio de amenazas, presiones, mentiras y violaciones de ellos al tratado de neutralidad.
Tampoco estamos preparados para diferenciar entre fortificaciones temporales, fuerzas militares, sitios de defensa e instalaciones militares con bases militares, y eso confunde todavía más.
Por eso tenemos que unirnos; porque es el momento de la unificación panameña para que el coloso norteño no nos consuma y el dragón rojo no se aproveche.
El autor es abogado.

