La estanflación, proveniente del término inglés stagnation, es un fenómeno económico en el que convergen tres factores al mismo tiempo: alta inflación, estancamiento del crecimiento económico y desempleo elevado, tanto a nivel nacional como mundial. La estanflación puede ser el resultado de malas políticas económicas, crisis financieras o grandes eventos que afecten las cadenas de suministro y, por ende, el comercio. Dicho esto, la estanflación conduce al desasosiego y al desequilibrio de los mercados, debido a su repercusión directa en todos los aspectos de nuestras vidas: desde el costo de los alimentos y productos básicos hasta los préstamos e hipotecas.
Ronald Reagan, el 40.º presidente de Estados Unidos, abogó en reiteradas ocasiones por condiciones económicas que garantizaran mayor libertad comercial, especialmente mediante la disminución de barreras como los aranceles. Reagan argumentaba que los aranceles no protegen a las industrias nacionales, sino que las reprimen, principalmente porque el proteccionismo es un enemigo de la prosperidad y el crecimiento. La idea de que los aranceles protegen las industrias locales y aumentan el número de empleos en un país es una media verdad, puesto que la producción local rara vez es autosuficiente. En la mayoría de los casos, se requiere de piezas, equipos, materiales o minerales importados para satisfacer la demanda de un producto. Es decir, la imposición de aranceles y las represalias pueden hacer que la producción de un bien se vuelva mucho más costosa, como ocurre con los productos que requieren metales como el acero, cuyo precio se ha visto altamente afectado por las guerras arancelarias entre Estados Unidos y otros países.
Por otro lado, los aranceles pueden provocar un efecto de estancamiento en el crecimiento económico, tanto en los países exportadores como en los importadores. No es 100% seguro que los aranceles incrementen la producción local. De hecho, al aumentar los aranceles, el valor de los productos sube, obligando a las empresas que dependen de las importaciones a reducir su inventario, lo que disminuye la demanda debido a las disrupciones en las cadenas de suministro. El estancamiento producido por guerras arancelarias refleja la incertidumbre y desincentiva a los consumidores a comprar ciertos bienes, como los automóviles, ya sean importados o manufacturados localmente.
Sumado a esto, la creación de empleos en el país que busca reactivar su industria no siempre es inmediata, ya que no es posible trasladar fábricas de manera expedita sin contar con la maquinaria, el personal capacitado y la infraestructura necesaria para satisfacer las demandas del mercado.
A escala mundial, dado que las economías están profundamente interconectadas, los aranceles impuestos entre grandes potencias pueden tener efectos devastadores en economías que actúan como proveedoras de materias primas o como eslabones en la cadena de valor. Las economías más pequeñas dependen en gran medida del comercio global, pues están integradas tanto a la cadena de suministro como a la de producción. El aumento de los costos, tanto para las empresas como para los consumidores, puede hacer que los inversionistas y compañías locales reduzcan o detengan sus inversiones, generando así un menor flujo financiero en sus mercados.
El expresidente Reagan advirtió que la imposición arbitraria de aranceles altos conduce a represalias similares, lo que deteriora las relaciones con otros países, estimula guerras comerciales y, como es bien sabido, en ninguna guerra hay ganadores: siempre son los ciudadanos comunes quienes pagan el precio. Los aranceles reducen la competitividad global al elevar el precio de los bienes y volverlos menos atractivos para los mercados extranjeros. Además, la reducción de la demanda puede causar graves daños a las mismas industrias que, en teoría, estos tributos deberían proteger.
Podrá haber oposición por parte de ciertos sectores que no comparten las políticas económicas de Reagan, pero algo que sí debemos considerar es que, mientras no exista una alternativa mejor que el mercado abierto y libre entre naciones, no podemos permitirnos el colapso de los mercados. De lo contrario, las industrias perderán dinero y los ciudadanos tendrán que pagar mucho más por sus comodidades.
El autor es internacionalista.