EMPRENDIMIENTO

El otro rostro de la informalidad

Tuve el honor de ser invitado a presentar una ponencia técnica ante la Comisión Nacional del Salario Mínimo acerca de la evolución, situación y perspectivas del empleo informal en Panamá, la cual generó una enriquecedora discusión entre miembros de los sectores privado, trabajador y gubernamental sobre los perfiles de inserción laboral en el país y la necesidad de refinar los instrumentos de evaluación.

Según el Foro Económico Mundial (mayo de 2017), el empleo informal afecta a alrededor de 130 millones de trabajadores en América Latina y el Caribe, de los cuales al menos 27 millones son jóvenes, casi la mitad del empleo no agrícola. En Panamá existen unos 592 mil informales, 40.2% de la población ocupada no agrícola, el cuarto nivel más bajo de Latinoamérica.

Como trabajadores informales “se categoriza a todos los trabajadores que no tributan sobre la renta devengada en el empleo informal y sin acceso a la seguridad social. Esto incluye a los empleados de empresa privada sin contrato de trabajo, trabajadores independientes, patronos cuyas empresas cuenten con menos de cinco empleados, personas que prestan servicio doméstico y trabajadores familiares”.

Este esquema, basado en estándares internacionales de la Organización Internacional del Trabajo (OIT), asocia trabajo “formal” a vinculación laboral (contrato entre trabajador y empresa) y cotización en la Caja de Seguro Social (CSS).

Es decir, los 483 mil trabajadores independientes existentes en el país son informales, y los profesionales universitarios que prestan servicios a través de honorarios profesionales tienen aviso de operación, pagan impuestos y cotizan como independientes ante la CSS, al igual que los microempresarios con menos de cinco empleados son clasificados igual que buhoneros y empleadas domésticas (algunas de ellas cotizantes en la CSS).

Vivimos la era de los mileniales, categorizada por niveles superiores de emprendimiento como fuente de empleo. En Panamá, los trabajadores no asalariados aumentaron 25 veces su protagonismo en la expansión del empleo en una década, al pasar de 3% del crecimiento de la mano de obra en 2004-2009, a 76% en 2014-2017. En contraste, el número de empleados asalariados del sector privado en el empleo perdió 3 puntos en los últimos 5 años, de 52% en 2012, a 49% en 2017. Ambas tendencias van a continuar.

La creciente adopción de nuevas tecnologías está cambiando las formas de trabajo, sirviendo de caldo de cultivo para el surgimiento de plataformas como Uber, Air Bnb, la explosión de la economía digital, y la cada vez más intensa discusión sobre la diferencia entre empleo informal e independiente.

En 2015, 42 millones de estadounidenses eran independientes y su número se quintuplicará para 2020. Hoy son 35% de la fuerza laboral, con un porcentaje aun mayor en jóvenes: 18-21 años = 47% del empleo. 22-34 años = 43% del empleo.

Cabe entonces preguntar: ¿el trabajo independiente es “bueno” o “malo”? ¿Debemos incentivarlo o desestimularlo, aun cuando es un patrón que está marcando el presente y futuro del empleo? ¿Es la situación de un joven profesional universitario que empieza a hacer trabajos como marketing digital, servicios legales, etc., y a cobrar por ello, similar a la del buhonero o empleada doméstica? ¿Cuáles son las limitantes de amarrar “formalidad” a una vinculación laboral y cotizar en la CSS? ¿Cómo podemos refinar las mediciones para diferenciar informalidad y emprendimiento?

El autor es asesor empresarial


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