Rusia: 25 años de esperanzas rotas y sueños hechos añicos



Hace veinticinco años tuve la suerte de vivir en Rusia. Mi esposa y yo pasamos casi cuatro años en Moscú. Nos sentimos muy afortunados de poder viajar por todo ese país tan extraordinario. En muchos sentidos, Rusia es todo lo que uno se imagina: montañas nevadas, vastas extensiones de bosques y ríos inmensos, iglesias y fortalezas maravillosas, un arte extraordinario y un ballet precioso. Y, una vez que se les conoce, gente generosa y de gran corazón.

Viví en Rusia entre 1998 y 2002. Vi el final de la presidencia de Boris Yeltsin y el comienzo del mandato de Vladimir Putin. Fue una época emocionante para estar en Moscú, una época de grandes anhelos y cambios. Conocí a cientos de jóvenes de mi edad entonces, rebosantes de entusiasmo y esperanza. Anhelaban que el país del que estaban tan orgullosos tomara un nuevo rumbo, brindándoles libertades y oportunidades que ellos, sus padres y abuelos, nunca habían disfrutado. Deseaban fervientemente que sus dirigentes, fueran quienes aprovecharan la oportunidad que les brindaba el fin del comunismo y la desintegración de la Unión Soviética para establecer relaciones más sociables y responsables con el mundo. Su pasión era contagiosa.

Un cuarto de siglo después, vemos cómo las esperanzas y sueños de todos aquellos jóvenes rusos con los que hablé se estrellan contra las rocas del obsesivo control totalitario de un hombre. Han tenido que contemplar, impotentes, cómo Vladimir Putin ha arrastrado a su país desde las libertades que anhelaban hacia la oscuridad de la opresión y el miedo al Estado irresponsable que vemos hoy.

Me reuní varias veces con el líder de la oposición, Boris Nemtsov. Decidido crítico de Vladimir Putin, fue asesinado a tiros en el centro de Moscú en 2015, a la edad de 55 años.

También conocí a Anna Politkovskaya, periodista, escritora y activista de derechos humanos, valiente y con principios, que murió tiroteada en Moscú en 2006, a los 48 años. Alexander Litvinenko, otro crítico de Putin, falleció en una agonizante muerte por envenenamiento radiactivo en 2006, a los 43 años. Y recientemente, Alexei Navalny, el admirado líder de la oposición y crítico de Putin, murió lejos de su familia, en un miserable campo de prisioneros en la helada Siberia, a los 47 años. La lista de asesinados por enfrentarse a Vladimir Putin es, por supuesto, mucho más larga.

El pasado sábado 24 de febrero se cumplió el segundo aniversario de la invasión rusa de Ucrania, un ataque premeditado, bárbaro y no provocado, contra un Estado soberano y democrático. Llevado a cabo bajo las órdenes de Putin, dicha agresión ha causado muerte y destrucción a un nivel no visto en Europa desde la Segunda Guerra Mundial.

Para muchas personas en Panamá lo que está ocurriendo en Ucrania les parecerá muy lejano. Algunos argumentarán que “no es nuestro problema”. Pero lo es. Por más lejos que estemos, ninguno de nosotros puede aislarse del desafío de Putin a las leyes, normas y principios que todas nuestras naciones han construido con tanto esmero, para ayudarnos a mantenernos a nosotros y a nuestros países seguros, para ayudarnos a prosperar. De hecho, más que desafiar estas normas y principios, Putin parece querer destruir muchos de ellos.

Nuestra respuesta debe ser de fortaleza, resistencia y unidad. Tenemos que reforzar nuestras defensas, permanecer cerca de nuestros amigos y socios más sólidos, y tender la mano a nuevos aliados. Ahora es el momento de que todos —en Panamá, en América Latina, en todo el mundo— redoblemos nuestro apoyo a Ucrania, para que no solo gane la guerra, sino también emerja como un país fuerte, soberano y libre. Al hacerlo, nos aseguramos de que, al menos en Ucrania, los esfuerzos de Putin por socavar la estabilidad mundial se detengan en seco. Si permitimos que él, su círculo cero y su maquinaria de guerra arrasen con los principios globales, los riesgos para el orden mundial y para todos nosotros son graves.

Si, como yo, escuchó a la esposa de Alexei Navalny, Yulia, hablando en Alemania recientemente, minutos después de enterarse de la muerte de su marido, estoy seguro de que usted también se habrá sentido asombrado por su compostura, su coraje y su determinación para defender la lucha por la cual murió Alexei. Habrán notado también la pasión con la que hablaba de su amor por Rusia y el pueblo ruso.

La mayoría de las personas que conocí hace 25 años probablemente estén ahora demasiado asustadas para hablar de los sueños y las esperanzas de los que me hablaban entonces. Sin embargo, comparto lo que sé será su esperanza tácita hoy: que el pueblo ruso, antes de que pase mucho tiempo, encuentre a su magnífico país liberado de las garras del tirano que dice hablar por su pueblo y sea capaz de pedir cuentas a Putin y a su comitiva.

El autor es encargado de Negocios de la Embajada Británica en Panamá


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