“... Lo que pasa con los rabiblancos es que no pueden ver a un negro de San Miguelito con empresas porque piensan lo peor…”. “Sabiduría” del diputado Raúl Pineda (PRD), en reacción a la divulgación en este medio sobre su creciente fortuna personal, al mismo tiempo que es funcionario de tiempo completo.
Cuando veo a Pineda –o a Benicio– no veo a un “negro” de San Miguelito o Bocas del Toro, con empresas… Veo a asalariados del Estado que tienen una fortuna que no sé cuándo ni cómo hicieron. Y no me da buena espina, pues el que ha trabajado para lograr el dinero que le dé paz mental conoce el costo de tenerlo: sacrificios, preocupaciones, incertidumbre... incluso, pánico de perderlo todo. En cambio, el de factura fácil hasta derrocha, porque de la fuente que provino hay más… y al alcance. Pineda dice que los centenares de miles de dólares que regala cada año en su circuito son de su bolsillo. Puede que sea verdad, pero, salvo que lo pruebe, tengo derecho a la duda razonable.
Y su caso no es el único. Muchos diputados, con salario de $7 mil al mes, terminan su mandato con la vida que tanto criticaron: como burgueses o “rabiblancos”, solo que ni con los $7 mil o $10 mil que hagan “honestamente”, pueden justificar sus fincas, viajes, apartamentos, carros, ni el licor con el que brindan ni las cirugías estéticas que se hacen. ¿De dónde sacan dinero para llevar esa vida o para que, repentinamente, tengan empresas y millones?
Quiero saber el secreto para ser millonario con salario de funcionario. Llegan al Gobierno con tan poco, que terminan cogiéndose la plata de su campaña para sobrevivir hasta el primer salario... y la apertura de las puertas del dinero fácil. Y a la hora de la reelección, sacan “de su bolsillo” contenedores llenos de electrodomésticos para sus electores e hijos. ¿Quién “trabaja” para luego regalarlo todo?
Si no son reelectos, se retiran a sus nuevas fincas, sus costosas casas o apartamentos de playa y campo y con millones en cuentas bancarias, cuya cuantía no hace pestañear a nadie, pues un pobre diablo metido a político tendrá millones al instante y eso es parte del paisaje. Y la culpa de que nos gobierne la peste es solo nuestra. Yo no sé a quién se le ocurre que, si le da su voto a un político del que emana una pestilencia que se siente a distancia, esa fetidez se convertirá milagrosamente en agua de rosas cuando sea funcionario. Es absurdo.
Benicio, Pineda, Crispiano, Yanibel, Chello… Podemos equivocarnos una o dos veces, pero de ninguna manera tantas. Somos nuestros propios e insensatos verdugos, pues seguramente San Miguelito y otros circuitos electorales elegirán a la pestilencia para gobernar y luego se quejarán amargamente de que el milagro de convertir el agua de cañería en eau de parfum nunca pasó. Pero en los próximos comicios, harán lo mismo: bañarse con eau de pourri. (Perdón por el francés).
Para concluir, quiero aclararle al señor Pineda que el color de la piel no tiene nada que ver con la honestidad. Recuerde a quién apoya para presidente, tan blanco como Martinelli o Ferrufino o De Lima o los cuatreros que hoy nos gobiernan junto con sus colegas diputados. Serán de distinto color, pero los une su desmedido amor por el dinero y el pillaje.
