Los periodistas siempre buscamos patrones de comportamiento porque dan pistas sobre la forma en que se delinque o el modus operandi. En el caso de los bonos solidarios, hay dos patrones: falta de investigación y la desviación de $960 mil en bonos solidarios.
El argumento para impedir que los graves hechos descubiertos en una auditoría de la Presidencia fueran investigados fue que, como el Estado no sufrió lesión en su patrimonio, no hubo razón para averiguar sobre un hecho del que, teóricamente, no se sabía nada más. Y precisamente, esa es la razón por la que se recomendó –sin éxito– interponer una denuncia en el Ministerio Público (MP). En el fondo, pedía seguir la pista a este patrón, ya que habría más casos así.
Alegar “economía procesal”, como argumenta el contralor para no investigar, equivale a que un ladrón sea sorprendido cuando se disponía a hurtar una Harley-Davidson del contralor, estacionada en la calle, frente a su casa. Aplicando su alegada “economía procesal”, debemos suponer que el contralor le diría a la Policía que, no habiendo hurto, aquí no ha pasado nada y todo el mundo para su casa. ¿Así actuaría Gerardo Solís con sus bienes? Lo dudo.
Lo que hay aquí es encubrimiento. La actitud de muchos funcionarios es la de ocultar. De hecho, el contralor recibió hace poco la facultad de decidir si investiga o no casos como este. Es, a la vez, fiscal y juez, o defensor oculto. Eso, sin contar que cada solicitud de información pública en otras instituciones es rechazada. Todo esto es un patrón: tapadera, en términos vernaculares.
En cuanto a los bonos, supongamos que fueron entregados por error al representante del corregimiento Edwin Fábrega, en Santiago. Según el censo de 2010, allí hay 3,500 habitantes. Si dividimos esa cantidad por un promedio de cuatro miembros por familia, tenemos que pudiera haber unas 875 familias. Es decir, el representante recibió bonos por valor de $942 mil para repartir a 875 familias, lo que equivale a darle más de mil dólares a cada familia o para repartirlos a 7 mil 850 familias. Pese al supuesto error, no devolvió un solo bono ni nadie del gobierno se dio cuenta del “error”.
Además, las cajas de bonos fueron devueltas a la Presidencia tal como se entregaron: con la secuencia numérica intacta. Eso es como entregar un fajo de billetes con números de serie seguidos (secuencial), destinados a cien personas en Panamá y que los billetes lleguen al banco en el mismo fajo, con la misma secuencia numérica, y que el depositante diga que los obtuvo de la venta de chicha durante un mes.
Más extraño es que una quesería artesanal era la que pretendía redimir bonos por casi $1 millón. Significa que, además de sus pedidos habituales, debió producir queso para que 8 mil familias veragüenses se alimentaran exclusivamente de queso blanco chitreano durante dos o tres semanas. A mí esto no me huele a queso, sino a detergente, del que se usa para lavar plata.
Meses atrás, un empresario me reveló que un intermediario lo contactó para pedirle nombres de dueños de negocios dispuestos a cambiar vales o bonos solidarios por cientos de miles de dólares a cambio de una comisión. Puede que entonces haya sido un hecho aislado, pero con este caso, perfectamente documentado, se define un patrón. Y eso es suficiente para investigar. Lo demás, es pura tapadera.

