En columnas de meses atrás, me quejé de algunos abogados y bancos. Eran manifestaciones de disgustos a medida que iba tejiendo este entramado de la exfuncionaria y abogada Odila Castillo. Millones y millones acumulados en cuentas bancarias, inmuebles y en gastos que brillaban por ser plata fácil y excesivos. Sé que algunos sospecharon de su dinero y la rechazaron. Otros decidieron aceptarlo, aunque hoy son los que la están despachándola tan rápido como pueden, con una sonrisa y un “no vuelva más por aquí”.
¿Pero es la única con negocios tan lucrativos? Hay que tener un maní en la cabeza por cerebro para suponerlo. Odila Castillo quizás sea uno de muchos clones que viven en tierras movedizas, donde los límites están aquí y minutos después están allá, permitiendo definiciones flexibles sobre lo legal o ilegal. ¿Es ilegal lo que ella hacía? No me concierne, es asunto de las autoridades, aunque en esta historia he oído hablar a mudos, pero ni una palabra al procurador.
Si se iniciara una investigación, sería compleja. Habría que revisar cientos o miles de contratos, afectados por las medidas que dictó el Gobierno con motivo de la pandemia, que motivaron solicitudes de compensación. Pero eso no significa que no deba hacerse, más bien es imperativo que se haga. Y si se hace, veremos a decenas de exfuncionarios recorrer los pasillos del Ministerio Público cantando la balada del debido proceso, acompañada de los coros de la persecución política. Una canción tan vieja como Roma.
Y es curioso que en el curso de esta investigación me tropezara con los que en la película Casablanca llamaban los “usual suspects”, como Luis Acevedo, socio del exvicepresidente Gaby Carrizo, asistiendo a carreras que organizó la entonces socia de Odila, la secretaria general de la Contraloría, Zenia Vásquez, o a Beto Jurado Rosales, dueño de Bagatrac y de dos apartamentos en el mismo edificio donde Odila tiene once. Si bien sus inquilinos le hacen honor al nombre del P.H. –el Spotlight– también pudo llamarse “La Casa del Jabonero”, porque el que no cayó, resbaló.
Esa gente, precisamente, toma el centro bancario panameño para sus jueguitos, mientras del otro lado del mostrador hay banqueros que aceptan su dinero con una sonrisa que le da la vuelta a la nuca, aunque después se convierten en muecas, cuando la tapa de un caldo hirviendo en corrupción sale volando por los aires. No es que ignoren que su sonrisa terminará en mueca, es que la sonrisa dura mucho más que la mueca… y mientras dure, se gana plata.
Por eso me pregunto: ¿dónde están los oficiales de cumplimiento y sus directivos, incluyendo, especialmente, los de los bancos estatales? ¿Qué hay del due diligence? ¿Dónde están la Unidad de Análisis Financiero y la Superintendencia de Bancos? La ironía de esta historia está en un anuncio pagado por la firma de la exfuncionaria –Castillo Guardia & Asociados– en el que agradece la confianza que le depositaron sus clientes, aseguradoras y los “bancos de la localidad, que nos han honrado con su respaldo por nuestra experiencia e integridad profesional”. Espero que cuando le devuelvan el dinero a la abogada también le agradezcan por ser los elegidos para custodiar sus millones.