La situación actual de Panamá es complicadísima. José Raúl Mulino tiene muchos frentes abiertos y transita por caminos minados. Su “protegido” –el refugiado– no le está haciendo la vida fácil, porque, sin importar el precio que deba pagar Mulino, él quiere llevar la vida loca fuera de las cuatro paredes de su encierro diplomático. No quiere irse a Nicaragua, quiere quedarse, porque es que ahora está en la papa y hay una gran piñata que aún falta por repartir y ni hablar de su inagotable sed de venganza.
Los problemas inmediatos son la aprobación de las reformas a la Caja de Seguro Social (CSS) y desanimar o anular potenciales huelgas y manifestaciones por este tema, algunas de ellas, alimentadas con fuego amigo. Luego la mina. Eso de abrir la mina para cerrarla es, como diríamos de Trump, un cuento chino, porque nunca fue descartada como fuente de aportes económicos a la CSS. La necesitan tanto como subir la edad de jubilación. Si Mulino usa mano dura con el tema de la CSS y las manifestaciones, se enfrentará a todo el país por la mina. Su desgaste será terrible.
En medio de todo, la familia Martinelli. No para de exigir el pago que supuso convertir a Mulino en Martinelli. Y lo que quiere es simple pero costoso: que la justicia no alcance a sus miembros. Después de todo, la papa es para eso, pero Mulino está atrapado: si mueve un dedo en esa dirección, perdería mucho capital político.
No olvidemos que estamos por decirle adiós al último vestigio de la calificación de riesgo, aunque en la práctica ya es un hecho. Eso hace más costosos los créditos que pide Panamá porque la austeridad prometida fue otro cuento de camino: jamás llegó. Por el contrario, el presupuesto de la Nación se aprobó con un enorme déficit en los ingresos –y, además, pagando por ello–, por lo que el Gobierno tendrá que recurrir a costosos créditos para cubrir las necesidades de la politiquería barata y chantajista.
Mulino le dio el sí a Estados Unidos, y ahora tenemos migrantes en un campo de refugiados en Darién, que habrá que pensar muy bien qué hacer con ellos. Pese a esta vergonzosa concesión, Trump quiere seguir exprimiendo más. Y es que, ni agachando la cabeza, el Presidente consiguió que su colega norteamericano abandone su campaña de infundios contra Panamá. Mi hermana –distinguida socióloga– me envió una cita de Winston Churchill que describe sabiamente la situación: “Quien se humilla para evitar la guerra se queda con la humillación… y con la guerra”. Trump ha agregado salsa picante a este sancocho de inestabilidad en Panamá, pero sigue insatisfecho.
Y, hablando del tema, este año se empieza a construir un embalse que debió haber comenzado al mismo tiempo que se amplió el Canal. No sé cuánta gente vive a lo largo del río Indio, pero estoy seguro de que habrá resistencia a las reubicaciones, por lo que tampoco hay que descartar protestas y manifestaciones. Y, una vez más, bajo el liderazgo de Mulino, habría más represión.
Y a ello hay que sumarle lo que estaba en el manual: aumento de tasas de interés bancario –que ya empezaron, incluso en bancos estatales–, por lo que las casas costarán más, y poco o nada recibirán los esperanzados en un subsidio del Estado; aumentos al ya encarecido costo de vida; empleos formales que no suben ni tampoco lo hace la inversión extranjera; el costo de viajar en metro subirá, pues el Estado no puede seguir subsidiándolo, mientras que carreteras, calles y pasos vehiculares elevados necesitan urgente mantenimiento y señalización. Veo difícil la construcción del tren, salvo que el Gobierno pretenda dejarnos el Tesoro Nacional en las latas. Por todo esto, sigo sin comprender de qué se alegró Mulino cuando ganó las elecciones.