Tengo interrogantes desde que la operación Jericó acaparó la atención ciudadana. Leí que la abogada residente renunció a la empresa de Abraham Rico Pineda y que probablemente lo harán más –si los hay– de otras empresas vinculadas a su familia. Supongo que el escándalo provocó una instantánea reacción en la que la empresa y sus integrantes pasaron de ser relevantes a ser vistos como problemáticos. Vincularse a esos personajes podría producir complicaciones, así que, cuanto más lejos, menos se percibe su mal olor.
Mis interrogantes van en esa dirección. ¿Estoy en lo correcto si creo que, a estas alturas, ni Rico Pineda ni sus compañeros de andanzas tienen una cuenta bancaria activa? Lo pregunto porque esto no trasciende más allá de la privacidad de la oficina del banquero y su cliente. Supongo que si devuelven dinero es porque no quieren verse envueltos en escándalos. Deduzco que el riesgo reputacional es alto si el banquero decidiera mantenerlos como clientes.
Entonces, me pregunto si los banqueros de estos individuos viven en los mismos lugares que habitó Nito Cortizo en los últimos años. Supongo que allí no llegaban ni redes sociales ni noticias, ni siquiera rumores, que es por donde se empieza a investigar si se quiere una cartera libre de manchas. Entiendo que los rumores no son suficientes, pero los periodistas empezamos a investigar con menos que eso… Y adivinen qué… Así comenzaron escándalos como el de Juan Hombrón, el florista de Paitilla, Odebrecht, y el pago de infinitas coimas que luego explican el lujo en el que viven algunos que llegaron a ministros o diputados y que ahora nos miran por encima del hombro.
Escuché el jueves pasado al presidente decir que los ciudadanos tienen derecho a una cuenta bancaria. Supongo que eso podría ser una buena excusa para recibir dinero de cualquiera. Entonces me pregunto: ¿qué sería de las diligencias debidas que realizan los bancos serios para evitar riesgos reputacionales? Bueno, es que, como bien los tenía clasificados Mossack Fonseca, los bancos no son todos iguales, aunque tengan las mismas reglas.
Hay bancos que hacen las cosas al pie de la letra; otros son más flexibles, dispuestos a ir al límite, y algunos son como ermitas, donde banqueros y clientes se encomiendan a los santos lavamáticos con la esperanza de que nadie se dé cuenta de lo que hacen. Y si no funciona, queda devolver el dinero y “game over” con sus clientes menos problemáticos.
Pero debemos saber que los clientes también se clasifican. Hay sospechosos y/o condenados por lavado de activos que sufren de inmediato el corte de toda relación bancaria. Hay otros, condenados o sospechosos de lo mismo, así como sus empresas, que reciben un trato distinto, especialmente de la banca estatal, donde pesa más ser político que delincuente. Y así, quienes hacen las reglas también son los que las rompen cuando se trata de un amigo o un político influyente, como don Richelieu. Es la discrecionalidad temeraria de algunos banqueros que luego, a todo pulmón o tímidamente, se quejan de la diversidad de las listas en las que nos meten a todos... por culpa de ellos.