Aunque los seguros sociales surgieron en tiempos de crisis y redireccionamiento social, lo real es que son medios de gran complejidad y volatilidad estructural. En el caso de Panamá, ello está de manifiesto de manera rotunda. Ese portafolio de sistemas de la Caja de Seguro Social (CSS), cada uno más demandante y peliagudo que el otro, dadas sus falencias y deficiente gestión, confirma aquello de que las sociedades son todo menos organismos inteligentes y autosuficientes. Capaces de gestionarse en velocidad crucero. En verdad, poco podrían aportar a la inteligencia artificial.
Ante lo dicho, juzgo imperioso consignar los siguientes aspectos.
Lo ideal sería que la CSS fuera un artefacto perfecto, como el motor de un avión, que solo exige mantenimiento de rutina, buena conducción y adecuados instrumentos de navegación. A ojos, vista la CSS no es eso. Se trata de un cuerpo económico-social que requiere perenne reinvención, innovación y liderazgo competente a toda prueba. La CSS debe ser un ente cambiante, en continua creación. Y, otra cosa, gestores y asegurados, constituyen una ecuación imprescindible. Una estructura de semejante responsabilidad y potencia no puede gestionarse por el azar, la impericia y la venalidad. Un país no puede descuidar a la entidad que representa al todo nacional en términos demográficos, financieros, seguridad económica y salud en todas sus modalidades.
Panamá ha superado crisis que han patentado solvencia y visión del conjunto del país. Mas, no siempre ha sido así. Y, en el caso de la seguridad social, el involucramiento y pujanza fiscalizadora de la comunidad nacional ha sido negligente, marginal, intrascendente y permisivo. Esto se puede deber a que la seguridad social se trata de un asunto espinoso y, a ratos, abstruso. Como mirar una partida de ajedrez ignorando el juego ciencia o un tablero relleno de operaciones de altas matemáticas sin un dominio acorde con las cifras esbozadas. Quizá es lo que explica, en parte, que muchos ciudadanos no puedan ir al fondo operacional de la CSS. Ahora, los asegurados, semejantes a clientes, ven la cuestión con una óptica de sistema: pago cuotas y debo recibir a cambio, como contraprestación, servicios de salud y de seguridad económica. ¿Qué me importa lo que ocurre en esa caja negra que es la gestión de la CSS? Como quien dice, compro un neumático y poco me interesa su manufactura. Únicamente que la rueda sea apta para el accionar del vehículo.
Luego de décadas de quejarse del accionar de la CSS, llegamos al 1 de julio de 2024. Sin aludir a los hechos y asuntos políticos referidos a la coyuntura electoral, accede al Palacio de las Garzas un jefe de gobierno, resuelto a tomar el toro por los cuernos. Es decir, a ponerle el cascabel al gato del Seguro Social. Algo desafiante y lleno de bombas de tiempo. Este gobernante no estaba en las quinielas de nadie, pero así es la historia: le da barbas a quien no tiene quijada. Y, por arte de birlibirloque, este es el capitán de esta cruzada de salvación de la CSS y, por ese camino, del país. A este personaje, de golpe y porrazo, le está tocando hacer de médico de la CSS.
Algunos aluden a que el director de orquesta, el Presidente, no reúne todos los atributos para timonear esta crisis. Que son evidentes las manías y achaques de su perfil nada ortodoxo, para nada extraído de un manual de liderazgo. Se le tacha de autoritario, de no tener filtro y de sus proclividades empresariales. Qué cosa, un país con una cultura consuetudinaria autoritaria, manipuladora, oportunista y sin respeto por la institucionalidad. Se parece a la fábula inversa del buen samaritano: al que te va ayudar le recriminas su poca fuerza, su zafia vestimenta o lo áspero de su barba de días. Pues, señores, eso es lo que hay: un líder bien intencionado que se echó al hombro una tarea descomunal, para titanes de todo orden. Todos hemos tenido jefes o maestros, para no mencionar a nuestros padres, que no han sido perfectos, pero dejaron en nosotros huellas y recuerdos imperecederos. Toca reconocer su positivo influjo.
Ahora, dice un proverbio que hay que tener cuidado con lo que se desea, pues después te puedes estar lamentando. Varias veces he escuchado al presidente de la República decir: “Vaya revulú en que me he metido.” Y es cierto, con resiliencia y fuerza cívica, incluso extraída de su historia personal, deberá plantarle cara a su decisión personal. Deberá, como mago de aldea, tragarse el sable hasta la empuñadura. Así de simple. Y, hasta ahora, su atípico proceder ha sido favorable a la causa. Su evolución personal, para bien o para mal, lo ha preparado para la tarea. A ratos explota, pero eso puede ser superado. Solo un robot no lo hace. Se aguanta cuanto arrebato o berrinche de críticos, opositores o colegas, pero sigue adelante. Y, otra cosa, la crisis de la CSS nada más se puede resolver con inteligencia colectiva, pues se requiere un prudente y multilateral pacto social, en el que prevalezca la racionalidad, el buen hacer, la altura de miras y la viabilidad de la nación.
Y, la verdad sea dicha, la bomba del Seguro Social, potencialmente, puede explotar. En una decena de libros y artículos, lo he dicho. La catástrofe de los seguros sociales ya se ha dado en otras latitudes. Y, por cierto, es un hecho de atronadora dureza e imperfección social. Equivale a poner en escena los peores parajes de una distopía por falta de visión y de comprensión. Suena atroz, pero es verdad. Aquella frase de Winston Churchill: “solo les puedo ofrecer sangre, sudor y lágrimas”, es válida para la crisis del Seguro Social, aunque ocurrentemente asertiva.
Tirios y troyanos deberán sumarse a un proceso de seria reflexión nacional, pero tratando de preservar el sosiego, el libre albedrío, el pensamiento crítico y la solidaridad. No es la hora de la intransigencia y ni de los aspavientos. Una caricatura reciente de un gran crítico social decía que los debates eran más de quejas que de propuestas. Por ello se ha ido reduciendo el caudal de participantes en las sesiones de la Asamblea Nacional. En verdad, se preguntaba Mafalda, la lúcida criatura del argentino Quino: “¿Quién ha dicho que los entusiastas tenemos que proponer soluciones?” Me viene a la mente que una vez un barbero le preguntó al doctor Arnulfo Arias Madrid: “Oiga, doctor Arias, ¿cómo quiere que le corte el cabello?” “En silencio”, le respondió el gran caudillo. Ahora, no se quiere el debate en silencio, para nada, el mismo debe darse, como se quiera, pero sin olvidar que la coyuntura requiere focalización, propuestas, inteligencia corporativa, ciencia. Cuesta ser contributivos, pero no hay más remedio.
En la mesa están iniciativas de todo orden, pero no se debe soslayar que la CSS es un todo interactivo, monolítico, un poliedro que requiere simetría, unificación, fuerza inteligente. Tal un dispositivo humano. No se requiere perfección, pero sí sabia pertinencia y correspondencia. Una pieza imprescindible en la construcción del nuevo prototipo de Seguro Social es su sostenibilidad, su acopio de recursos y su corrección sistémica, su equilibrio contable, actuarial, organizacional. De nada valen las grandes ideas inviables o impracticables. Ahora, no se puede lograr la perfección en un todo nacional que no lo es. En Panamá, casi todo está manga por hombro. Hagamos el inventario y quedará a la vista esa suerte de camarote de los hermanos Marx que es la realidad panameña. Es menester admitir que este no es el ecosistema de la perfección. Lo único que funciona, es el capital humano, la gente de este país. Ese es el fundamento de la libertad, la cohesión y la voluntad nacional de seguir adelante, de albergar un optimismo fructífero y pragmático.
Así como heredamos este país, nos tocará luchar por el futuro, incluida la CSS. Los servicios de salud y de seguridad social, que debe brindar la entidad, se pueden salvar. No apostemos por la incertidumbre y el suicidio corporativo. No hay vuelta atrás una vez empieza la calamidad de un país en manos de la sinrazón.
Y, otra cosa, no hay una fórmula mágica. Es imperioso entender que Panamá es un don de su gente, aunque no sepan de ciencias actuariales o de gestión de fondos de seguro. Alguien llamó los Tres Tenores a los voceros del proyecto gubernamental, pero yo digo lo siguiente: todos deberemos aprender a entonar el abecé de la seguridad social. Es una responsabilidad del ciudadano fiscalizar al poder, someter a escrutinio crítico al Estado. Y, aunque, como señala el síndrome Dunning Krueger, que, a mayor desconocimiento de un asunto, más categóricas y temerarias suelen ser las aseveraciones, debe considerarse que el siglo XXI, es el siglo del conocimiento y de las relaciones sociales. Hay que aprender a practicar lo que le exigimos a los gobernantes: preparación, estudio, ponderación, sabiduría, prudencia, sabiduría, prudencia, habilidades sociales y sentido de la Historia.
La sinrazón y la falta de ciencia no es el derrotero de una salida válida y útil para la seguridad social. La suerte está echada. No hay que ver Gladiador II para entender la hora de la verdad del Istmo. Por cierto, ya está a la vista Gladiador III. Salgamos de esta crisis y esperemos en paz y progreso el nuevo filme de Ridley Scott.
El autor es psicólogo y catedrático de la Universidad de Panamá