Cuando empecé a leer “El ahogado” era un aprendiz de lector, apasionado por los mitos y leyendas de mi país y de la literatura grecolatina, sumado a esto, estaba la mirada fija y triste de la señorita Gertrudis, maestra de quinto grado que le puso norte a mi carrera. No estaba de más iniciar mi proyecto de lectura, en esta etapa de mi vida, sin conocer las leyendas de mi país y, la Tulivieja era un personaje que me apasionaba por la forma en la que había llegado a mis oídos, además, después de un buen almuerzo criollo en casa, “El ahogado” resultaba ser la mejor digestión. En aquella época disfrutaba mucho las historias del Dr. Martínez, a veces jugaba a ser Rafael cuando, de una u otra forma, disfrutaba al escribir mis versos en mis cuadernos de aquellos días llamados Balboa. Había una esencia en “El ahogado” que no podía dejarlo de leer, era una lectura constante y obligatoria que muchas veces terminaba en la relectura. En una de sus tantas conferencias Jorge Luis Borges dijo: “Yo he tratado más de releer que de leer, creo que releer es más importante que leer, salvo que para releer se necesita haber leído. Yo tengo ese culto del libro”. Ese juicio de Borges es cierto, llevo muchos años leyendo y no paro de volver a leer lo que he leído.
Creo que Tristán Solarte es la chispa en la noche en medio de un gran desierto, su narrativa, tan singular, nos pertenece a todos los que hemos nacido en este país y también a todos los hispanohablantes; Guillermo Sánchez Borbón, por otro lado, era dueño de una prosa singular, nacionalista hasta los huesos, consumado tejedor de ideas democráticas y fiel creyente de la libertad de expresión. Sus historias, cada una diferente y amena, resultan universales porque su narrativa, ese hermoso arte otorgado solamente a unos pocos, a los que saben y conocen el arte de escribir, es realista, sencilla, culta... espontánea.
No pretendo ser ufano en el hábito de la lectura porque leer es un deber para todos aquellos que estamos, de una forma u otra, en el hermoso campo de la enseñanza, tampoco busco que me saquen en andas por las antiguas calles del Casco Antiguo, pero sí busco orientar a los menos, a los desfavorecidos, a aquellos que no han tenido el privilegio de leer buenos libros y siento que este espacio es oportuno para comentar sobre la obra “La serpiente de cristal” ,novela de Tristán Solarte publicada en el año 2000 y que en ella toca la historia de nuestra patria, específicamente el periodo de la dictadura militar, época oscura y triste para algunos, para otros, de luz y esplendor. La quinta edición de la novela llegó a mis manos cuando me encontraba escribiendo sobre los hechos ocurridos en 1971 en una comunidad de Veraguas llamada Santa Fe, me refiero al hecho muy conocido: La desaparición del padre Héctor Gallego ocurrida el 9 de junio de ese mismo año.
Para mí, fue una oportunidad de conocer un poco más de la historia de la dictadura militar de Omar Torrijos que llegó a sucumbir en las manos del ya fallecido general Manuel Antonio Noriega. “La serpiente de cristal” es una novela con un lenguaje sencillo, con imágenes desgarradoras y con una singularidad de los hechos en donde lo único ficticio son sus personajes, todo lo demás es real, dibujado de una forma kafkiana, tan pura y, por momentos, cruel. Es una obra que, por la calidad de sus historias y por su narración tan singular, merece ser leída en nuestras escuelas, es por eso que quiero recomendarla a todos los docentes y discentes de nuestro país. Propongo que el Ministerio de Educación la incluya dentro de las novelas que forman parte del pénsum académico de la sección media del nivel secundario. No es una tarea fácil hacer llegar esta novela a nuestras aulas escolares, sin embargo, haremos lo necesario para que se torne una realidad. Cristrian Vásquez, periodista y escritor argentino nos dice: “¿Es posible recomendar un libro? Si es posible, es una tarea difícil. Cuando le recomiendas un libro a alguien, le estás diciendo: ‘Este libro te gustará, disfrutarás de él’. ¿Y quién es uno para arrogarse la capacidad de saber si ese libro le gustará a otra persona, si de verdad lo va a disfrutar?”. Es cierto la posición de Vásquez, pero esta vez la persona que me lo recomendó no estaba equivocada, quizá conocía de mi acervo cultural, o simplemente dio en el blanco porque “La serpiente de cristal” no es solamente la obra de un gran narrador sino que representa parte de nuestro pasado contado desde una óptica muy personal. Es también la historia narrada a través de personajes comunes que muy bien podemos ser cada uno de nosotros que la vivimos en el tiempo y en el espacio.
No podemos liberarnos de nuestro pasado, mucho menos olvidarlo, porque si lo hacemos, la generación que viene detrás, nos lo reprochará. Pienso, sin ninguna duda, que la lectura de esta obra, más que necesaria, debe ser obligatoria, sobre todo, para aquellos estudiantes vinculados a la historia, aunque su propio autor no acepte que “La serpiente de cristal” es una novela histórica. “Si la novela tiene un tema es lo que significó para el país, y para el mundo, los acontecimientos de 1968. Fue un época atroz. En Panamá estuvimos a punto de una guerra civil. Yo también sufrí en 1968, me dispararon y me metieron preso varias veces, pero esta obra no es histórica”. (Miércoles, 31 de julio de 2019. La Prensa. ‘Golpe de 1968, pasado y futuro de Panamá en una novela’). Quizá no comparta la idea del autor, sin embargo, comprendo la difícil realidad que vivió en nuestro país por aquellos días a los que hace referencia en su obra y más, compartiendo la dualidad existencial entre el escritor y el periodista, para mí, el primero es quizá el de la mente que teje las historias que lo han inmortalizado; el segundo, según mi opinión, es el hombre combativo, guerrero, convertido, en ocasiones, en ácrata a un gobierno con ribetes de pichón de dictadura.
¡Arriba Panamá!
El autor es docente de Español y coordinador del Departamento de Español del Instituto Justo Arosemena (IJA)

