Amigos y conocidos me preguntan, ¿por qué no escribo sobre esta crisis? ¿Por qué enmudezco ante tal estado de cosas?
Solo tengo una respuesta. Para comunicar bien hay que tener el espíritu en paz. Soy un creyente del adagio popular “el que se emputa pierde”. Y abrumado, frustrado y furioso por lo que sucede y por lo que no sucede, no hago favor alguno a mis lectores, analizando y opinando con la mente y el corazón turbados.
¿Cómo pudiera yo escribir claro y preciso sobre la abdicación total que ha hecho el gobierno ante los grupos de presión y la ya declarada intención de grupos terroristas de izquierda?
¿Qué podría yo decir, sin pasiones, sobre la sumisa y arrastrada actuación de la fuerza pública ante personajes que con palabras y actos violentan el orden constitucional y debía estar por lo menos detenidos y judicializados?
Me costaría mucho esfuerzo mental superar los epítetos con que se describe una Policía Nacional, que en vez de “Proteger y Servir “al ciudadano, sirven y protegen a los violadores de los derechos ciudadanos de libre tránsito, e incluso comparten con los jefes de los bloqueos, las coimas que cobran a los productores y ciudadanos por dejarlos pasar.
No encontraría palabras para describir este escandaloso “Síndrome de Estocolmo” entre el delincuente y quien debe aprehenderlo. Les juro que no sabría como referirme al ministro de seguridad, después que quienes me han precedido en describirlo, no han dejado palabra decente (ni indecente) que no rime con incompetente.
Lo que me duele Chiriquí y Bocas del Toro me impiden analizar serenamente lo que allí sucede. Mi humor negro solo ve destrucción, descapitalización y empobrecimiento porque un puñado, si, un puñado, de quienes no podría llamar si no “mercenarios, víctimas de su condición de miseria” han decido arruinar a provincias enteras de gente trabajadora. ¡Pero, que va! La poca serenidad no me da para precisar o afirmar esas cosas por escrito.
Pero al final, lo que más me costaría, si pudiera escribir, es analizar y entender la causa fundamental de este desastre. Oigo y me dicen que estamos a la deriva, que el Poder Ejecutivo no sabe ni quiere entender la magnitud de la crisis. Otros me dicen que “lo saben todo y tiene solución para todo”. Que a pesar de que la Nación se arruina, el presidente y el PRD no buscan si no salvar la candidatura de su amado delfín. Una alucinación sin futuro y que ahora les apesta.
Mi pesimismo me hace ver un país camino a la insolvencia y a la violencia, donde el coro celestial de diputados trata de salvar sus muebles del incendio, sin ningún sentimiento de solidaridad, mucho menos de patriotismo. Pienso en mi afiebrada cabeza. ¿Por qué habrían de tenerlo? Si se han pasado 5 años pelando el Estado y vendiendo la soberanía tanto en la Mina como en el contrato de Panama Ports y en un mega endeudamiento externo que nos llevará a perder el grado de inversión.
¡Mi ADN Civilista me traiciona, y grito ni un PRD nunca más! Pero, eso no lo debo escribir.
Ya, de pensar lo que no puedo escribir, me duele la cabeza. Y el corazón. Pero no puedo dejar de pensar en el culpable y cómplice mayor. El que alguna vez le respeté su celo y amor por el sector agropecuario, que ahora su cobardía arruina.
El que, por un quinquenio, mejor que el mago Houdini, se soltó de todos los nudos que lo obligaban a gobernar. “Pobrecito, si nunca practicó, por qué esperamos que, ahora, lo iba hacer”, me dice mi optimista hemisferio izquierdo.
Una vez más, mi imaginación es perezosa para caracterizar la momia que nos decretó el secuestro ciudadano y la ruina nacional. Lo siento.
Caros amigos. Sinceramente. ¡No sé qué cosas diría, si pudiera escribir!
El autor es ciudadano
