La sífilis, la gran imitadora, es una de las enfermedades con mayor relevación histórica para la humanidad. Ha generado pasiones en el mundo científico/histórico sobre su verdadero origen, la teoría de las Américas, la teoría europea, entre otras. Durante las guerras en los 1400 y 1500 se le llamaba según la nacionalidad del enemigo (mal francés, mal inglés, mal italiano, etc.) y desde entonces cientos de generaciones de médicos y científicos buscaron remedios para aliviar tal aflicción. Independientemente de su nombre, es una infección de transmisión sexual con diferentes estadios y manifestaciones clínicas, desde aflicciones en piel, pérdida de cabello, úlceras genitales y las dos más temidas: sífilis congénita, en la que la madre embarazada le transmite la enfermedad a su futura hija/hijo; y neurosífilis, que consiste en infección del cerebro y médula espinal.
Desde terapia humoral, incluso la administración de suero de pacientes con paludismo, fueron remedios en su tiempo. Probablemente uno de los hitos en la búsqueda de la cura de la sífilis fue el descubrimiento de la arsfenamina, comercializada en 1910 como “Salvarsán” por Paul Erlich. Este compuesto fue eficaz, pero posteriormente reemplazado por la penicilina, descubierta por Alexander Fleming en 1928, que por cierto, este primer compuesto químico fue el primogénito de la nueva era de antibióticos, lo cual ha constituido un regalo de vida para millones de personas desde entonces.
La reflexión histórica nos trae a 2019. La sífilis, una infección de transmisión sexual antigua, grave, que puede ser transmitida a nuestros hijos, con cura, que fue prácticamente erradicada entre los años 80 y 90, hoy en día es una de las siete enfermedades de transmisión sexual con cura causada por un patógeno bacteriano. Según la Organización Mundial de la Salud, ocurren aproximadamente 11 millones de casos nuevos al año a nivel mundial y afecta a la población entre 15 – 49 años.
En Panamá es una enfermedad de notificación obligatoria, con creciente frecuencia diagnóstica en todos sus estadios. Una enfermedad que los médicos no veían con la frecuencia ni gravedad actual desde hace 20 años, ahora es una de las infecciones de transmisión sexual más comunes en nuestro país. Los médicos estamos viendo formas de sífilis que solo se aprendían en los tratados viejos sobre enfermedades “venéreas” y que las nuevas generaciones jamás habían visto, y quizás lo más preocupante es la aparición de casos de sífilis congénita y el aumento de casos de neurosífilis en la juventud panameña. Grupos de investigadores nacionales e internacionales han determinado que hay un elevado número de casos, es muy frecuente entre jóvenes entre los 15 y 19 años en las principales ciudades de nuestro país (Colón, Panamá, David) y se asocia a otras enfermedades de transmisión sexual y por supuesto a la infección por virus de la inmunodeficiencia humana (VIH).
Esta reflexión histórica tiene como objetivo hacerle un llamado a mis compatriotas, colegas, amigos, conocidos, pacientes, autoridades, científicos, investigadores, a todos. Tenemos que tomar conciencia de la crisis de salud que estamos viviendo con el resurgimiento de enfermedades que se consideraban erradicadas y/o controladas hace 10 años. Es necesario hacerle un llamado a la población en general para que tome medidas para detener la transmisión de esta infección prevenible.
La paradoja del resurgimiento de enfermedades infecciosas medievales es que muchas tienen cura, muchas son prevenibles, pero en este 2019, en el que hay tratamientos efectivos y tecnología de punta para diagnosticar las enfermedades más raras, si no mejoramos la educación de nuestra población, si no se le brinda educación sexual a tiempo, la perpetuación de la sífilis, y de otras enfermedades sexuales transmisibles, continuará. Nos enfrentaremos a un futuro con una generación de panameños perdida con problemas crónicos cardiovasculares y neurológicos; niños con secuelas por las manifestaciones congénitas y al final del túnel el surgimiento del monstruo de la resistencia a los antimicrobianos.
La autora es especialista en medicina interna y subespecialista en enfermedades infecciosas y medicina tropical.
