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Sin lugar para los soñadores

Uno de los males de nuestros tiempos es la sensación de incertidumbre e inquietud, que seca el alma, al contemplar el panorama político y socioeconómico que nos rodea. Cada vez, con más frecuencia, las conversaciones entre jóvenes gira entorno a emigrar, a cumplir un sueño que consideramos irrealizable en Panamá. Se busca los medios para escapar de la realidad que nos rodea, de la creciente sensación de agobio del honrado, de la incerteza de quién estudia para prepararse competentemente, de quién desea hacer las cosas bien. Esto abre la puerta a que el mal o la indiferencia se presente como una opción valiosa, atractiva y segura.

Lo que sin duda afianza esta realidad es pensar que los buenos son muchos más, pero el mal ha conseguido ganar terreno de alguna forma y secuestrar nuestras legítimas aspiraciones. Se termina por culpar al sistema político, y ante esa supermáquina burocrática no queda nadie a quién reclamar.

Si bien las conquistas ciudadanas de este año han empoderado nuestra ciudadanía, aún queda un leve sinsabor de que el sistema avasalla nuestra conciencia cívica, alimentándose de nuestros sueños, debilitándonos y convirtiéndonos en zombies ante las cuestiones sociales, a tal grado de tener una visión fatalista sobre cualquier posibilidad de cambio estructural y duradero.

El ciudadano se convierte en un eterno vigilante de las prácticas corruptas, una posición negativa y poco propositiva. El sistema actual no se cataloga de bueno o malo, pero establece parámetros para su valoración, el éxito o fracaso desde el punto de vista capitalista. Se denomina racional al egoísta, y un comportamiento económico normal al que vela por sus propios intereses. Esta mentalidad, nos distancia, nos aleja cada vez más, limita nuestros sueños y libertad.

Con frecuencia escuchamos el adagio “Mi libertad termina donde empieza la del otro”, entendiendo la libertad en sentido negativo, esta concepción limita su potencialidad. Vale preguntarse ¿y si mi libertad es para ayudar al otro? ¿para ser sensible a las necesidades de los demás? ¿para reconocer mi papel en la construcción del bien común? ¿ para soñar con un mejor futuro para todos? Esta visión positiva de la libertad no es un idealismo, es volver a la raíz de lo humano, al resurgimiento de aquellos valores que nos unen. En caso contrario, el sistema tecnocrático nos consumirá, y sutilmente terminará por mecanizar nuestras acciones, convirtiendo nuestra vida en una rutina individualista. Terminaremos situándonos irremediablemente entre la apatía cívica y la corrupción política. No se trata de una situación pesimista, sino de entender que estamos bajo la influencia de un sistema y esquema gubernamental que está enviciado de raíz, que roba nuestras esperanzas y sueños. Cualquier propuesta de cambio radical, no pasa por un cambio sistémico o estructuralista, pasa irremediablemente por la vuelta a lo humano, a la ética, a la honradez, a la búsqueda del bien común, a perseguir nuestros sueños.

El autor es abogado y economista


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