Harían bien los funcionarios del actual gobierno, comenzando por el presidente Juan Carlos Varela, en leer El ensayo sobre la ceguera, de José Saramago. El relato cuenta que el mal alcanzó primero a un individuo hasta que, paulatinamente, todos se contagiaron. El drama de esa comunidad de ciegos llevó a prácticas que reflejaron las profundidades de la miseria humana. En el caso de Panamá, asaltado por el síndrome de su propia ceguera, Varela y su entorno se han sumergido en un espejismo que pretenden vender a una población que se resiste a dejarse arrastrar por lo que imaginan los ciegos del Palacio de las Garzas. En el ocaso de su mandato, Varela cosecha descontento, desencanto y frustración.
La larga lista de propuestas sociales fallidas, hiere la conciencia de una población cada vez más empobrecida y apática. En lugar de transformar la política en un servicio, Varela ha desvirtuado ese quehacer por su incompetencia en administrar el Estado panameño con mesura, equilibrio e igualdad de condiciones. En lugar de interpretar la realidad sobre la que debía operar y tratar de modificarla para cumplir con sus promesas electorales, su gobierno no solo ha deslegitimado las estructuras políticas, también ha acelerado el hastío y el repudio ciudadano por la clase política. Sin promover la decencia política, no puede construirse una mejor nación ni aspirar a que Panamá sea un reducto de democracia y de justicia social capaz de enorgullecer a todos los panameños.
Varela dilapidó la oportunidad de fortalecer el centro político y construir una opción moderada a fin de imprimirle al Estado la dinámica para reinventar un modelo económico cada vez más obsoleto. Ponerse al día con las reformas urgentes que demanda asimilar las tendencias dinámicas que impone el vertiginoso escenario global del capitalismo moderno, no es algo que se logra con discursos vacíos de contenido ni con programas-parches que alimentan el clientelismo.Varela, encerrado en sí mismo, se ha comportado como un mal gerente –un arrastre de la empresa familiar que otros han administrado y en la que no existen registros de sus aciertos- que ha impedido que sus ministros y directores actúen con autonomía, sino más bien como secretarios que esperan decisiones tardías y, en muchos casos, ambiguas y contraproducentes por alejadas de la realidad nacional. El Ejecutivo no puede centralizar todas las decisiones. Debe actuar sobre el escenario nacional, como un presidente con visión de estadista. Varela no comprendió que al llegar al Palacio de las Garzas, ya no competía en la política partidista, sino contra sí mismo. Contra su capacidad de cumplir o no sus promesas.La de Panamá no se trata de una tormenta pasajera Se agrava porque Varela ante la crisis actual, parece incapaz de retomar la iniciativa política y reconfigurar su programa de gobierno para enfrentar las expectativas de una opinión pública cada vez más adversa.
Los panameños le confirieron un mandato con la esperanza de que su gestión trajera prosperidad, tranquilidad y seguridad a la ciudadanía. Sin embargo, ante el actual inventario de dificultades, son mayoría los que ya no esperan soluciones del gobierno. Desafortunadamente, es poco lo que puede hacer Varela para corregir el rumbo de un gobierno a la deriva. Pero tiene facultades para no agravar aún más la crisis en que está sumergido el país. Puede colocar las bases, con desprendimiento político y sin mezquindades, para una transición hacia un nuevo gobierno capaz de iniciar un proceso de reconstrucción nacional. Al fin de cuentas, la sociedad panameña no puede convertirse en disfuncional. Panamá es un país vivo en el que todos sus ciudadanos deben creer.
El escenario actual se asemeja al del capitán Mac Whirr, el personaje central creado por Joseph Conrad en su novela Tifón, que describe una tormenta salvaje en los mares del Asia. El capitán Whirr se empecina en no ver el peligro que se avecina. “Un estorbo es un estorbo, y una nave a plena potencia debe hacerle frente”, es su respuesta al primer oficial, aterrado ante las evidencias del barómetro que se desploma y las olas que amenazan tragarse el barco, señales de la inminente catástrofe. Insensato, el capitán Whirr ordena que el vapor Nan Shan avance hacia la tormenta. Es de imaginarse que ningún panameño quisiera experimentar el epílogo de la novela de Conrad, en el que la Nan Shan –cuyo timonel desoyó todas las voces de alerta- llega, finalmente, al puerto, pero convertida en una nave en estado ruinoso.
El autor es periodista