En los últimos días, ha surgido un debate encendido sobre la omisión de una frase en la versión en inglés de una declaración conjunta entre Panamá y el Departamento de Defensa de los Estados Unidos. Se trata de una expresión políticamente muy significativa: “el reconocimiento claro y contundente de la soberanía irrenunciable de nuestro país sobre el Canal de Panamá”.
Algunos han interpretado su ausencia como un agravio deliberado, una afrenta a nuestra historia y una supuesta violación a los principios del Tratado de Neutralidad. Desde esta Cancillería —donde defender la soberanía es un deber diario y una convicción profunda— debo disentir.
Un documento político no reescribe la soberanía
Una declaración conjunta no es un tratado. No tiene fuerza vinculante en derecho internacional ni está sujeta al principio de exactitud lingüística entre versiones paralelas. Es un instrumento político, reflejo de una conversación entre gobiernos, en el que cada parte tiene derecho a resaltar los elementos que considere más relevantes para sus propios públicos.
Que la versión panameña haya incluido la mención explícita de la soberanía es completamente válido; que la versión estadounidense no lo hiciera no implica, en absoluto, una negación de esa soberanía. Más importante aún: la más alta autoridad del Pentágono, en múltiples ocasiones y mediante acciones claras, ha reiterado su apego al derecho internacional y nuestras cartas magnas, su respeto inequívoco al Presidente de Panamá y su reconocimiento explícito de la soberanía panameña sobre el Canal.
La soberanía panameña no necesita reafirmarse en cada documento para existir. Fue conquistada con lucha, negociada con firmeza y protegida desde 1999 por nuestras instituciones. Está garantizada por tratados internacionales firmados y ratificados, de hecho y de derecho, y reconocida por todos los Estados del mundo y organismos multilaterales. No depende de comunicados, sino de realidades institucionales y jurídicas sólidas.
Confundir semántica con estrategia es un error politiquero
Convertir esta diferencia de versiones en una crisis diplomática es una distracción innecesaria y peligrosa. Porque no hablamos de un hecho material —no hubo violación de tratado alguno— sino de un matiz de lenguaje en un documento no vinculante. Escalar esa diferencia al nivel de afrenta nacional no fortalece la defensa de nuestros intereses; la debilita. Revela, además, una tendencia preocupante en la política exterior moderna: privilegiar la reacción simbólica por encima de la dirección estratégica. Panamá no puede darse ese lujo. Nuestro país necesita una política exterior madura, orientada a resultados y capaz de diferenciar entre lo que debe defenderse con vehemencia y lo que debe gestionarse con inteligencia.
Sobre “First and Free”: entendamos antes de condenar
Otro punto de controversia ha sido la fórmula utilizada por funcionarios estadounidenses — y comunicada de forma informal como lema— de “First and Free” para referirse al tránsito de buques de guerra, tanto panameños como estadounidenses, por el Canal. Algunos sectores han sugerido que dicha frase contradice el principio de neutralidad al insinuar trato privilegiado o exoneración de tarifas.
La realidad es más compleja. “First” está claramente establecido en el Tratado de Neutralidad como tránsito preferente para buques estadounidenses. Y “Free”, lejos de implicar un privilegio unilateral, refiere a mecanismos de compensación entre Estados que son habituales en la cooperación de seguridad internacional que es a lo que apunta estos entendimientos. No existe trato indebido si Panamá, bajo su legislación y dentro del marco del Tratado, acuerda fórmulas indirectas de reembolso o compensación bilateral lo cual es avalado por la Autoridad del Canal de Panamá, garante constitucional de la vía interoceánica. No se trata de regalar nada, sino de estructurar lo que ya ocurre en múltiples esquemas de colaboración internacional legítima.
Una advertencia desde la experiencia
Durante la era Trump —y lo afirmo con conocimiento de causa— hemos aprendido que la política exterior estadounidense se rige por una lógica eminentemente transaccional. Ante estas realidades la Cancillería ha sido versátil al operar sabiendo que las alianzas no se basan en afinidades ideológicas sino en utilidad estratégica y resultados. El respeto se gana, no con comunicados llenos de quejas, sino con claridad técnica, firmeza discreta, paso firme, y disposición a negociar desde la dignidad nacional. Eso no implica ceder. Significa elegir muy bien nuestras batallas. Significa entender que la diplomacia no es un concurso de gestos simbólicos, sino un ejercicio de balance permanente entre principios y pragmatismo. Los países que actúan con cabeza fría y visión estratégica como lo ha hecho el Presidente panameño logran más que aquellos que reaccionan impulsivamente a cada detalle.
Panamá debe actuar como lo que es
Panamá es un Estado soberano, dueño de uno de los puntos geoestratégicos más importantes del planeta. Defender esa soberanía no requiere dramatismo: requiere claridad jurídica, institucionalidad robusta y visión de largo plazo, como lo ha demostrado nuestro Presidente tanto en el ámbito interno como en el externo.
Recordemos, por ejemplo, que tras la visita fructífera del Secretario de Estado Marco Rubio, surgió una situación similar: una comunicación informal del Departamento de Estado sugería que se había acordado el tránsito “First and Free”. Ante esa distorsión, el Presidente de la República, con respeto y firmeza, respondió sin titubeos y la calificó como lo que era: una mentira.
Ese gesto, oportuno y valiente, fue suficiente para corregir el rumbo y continuar manejando la relación bilateral desde la verdad, sin renunciar al respeto mutuo en tiempos muy complejos, no solo por el ocupante de la Casa Blanca sino por la vorágine de la geopolítica mundial contemporánea. La decisión de protestar a esa distorsión diplomática fue un ejemplo de realismo constructivo: firme, oportuno, pero sin romper el diálogo. Panamá supo imponer su narrativa sin perder el hilo estratégico de una relación con una administración estadounidense que, en aquel momento, apenas comenzaba a consolidar a sus actores clave. Lo mismo sigue ocurriendo hoy.
El Tratado de Neutralidad está más vigente que nunca
Lejos de estar amenazado, el Tratado de Neutralidad fue reafirmado de forma explícita en todas la conversaciones y también en la declaración conjunta, firmada entre el Ministro de Asuntos del Canal y el Secretario de Defensa de los Estados Unidos. Allí se dejó claro que cualquier tratamiento preferencial deberá canalizarse mediante mecanismos, sin violar nunca la equidad ni la neutralidad del Canal. Eso es lo que importa. Lo demás es ruido.
Menos reacción, más dirección
Panamá no necesita reafirmar su soberanía en cada frase de cada documento. La ejerce todos los días. La respira todos los días. Y así continuará siendo, como lo han afirmado todos nuestros presidentes post Torrijos-Carter —y como lo ha reiterado el actual— con el respaldo de nuestros socios, incluyendo a los Estados Unidos, cuyo Secretario de Defensa, desde suelo panameño, expresó públicamente el respeto del Gobierno de Estados Unidos por nuestra soberanía y por la autoridad legítima de nuestro Presidente.
Para seguir ejerciendo esa soberanía, necesitamos una política exterior que combine principios con realismo, y orgullo con estrategia—y eso es lo que tenemos. Defendamos el Canal —siempre—, y hagámoslo con la madurez y la firmeza que corresponden a una nación que lidera desde la ley como lo hace el presidente José Raúl Mulino, y no desde el eslogan.
El autor es Viceministro de Relaciones Exteriores.