Soberanía y unidad: 25 años del Canal, un puente generacional



A pesar de ser originarios de Veraguas y no haber estado presentes físicamente en los actos, mi familia guarda con nitidez el recuerdo de aquel 31 de diciembre de 1999 gracias a las transmisiones radiales. Mi mamá, quien vivió ese día con intensidad, relata la emoción que envolvía a todo un país en ese momento histórico para Panamá.

Aunque apenas tenía un año, ella describe con detalle las multitudes reunidas a lo largo de la zona del Canal, estallando en vítores, ondeando banderas y siguiendo con expectación la cuenta regresiva de un reloj. Al llegar a cero, Panamá vivió el traspaso definitivo del Canal a manos panameñas, mientras las notas de nuestro himno nacional resonaban al unísono. Ese mediodía, nuestro país asumió el control total de la vía interoceánica, un logro que, según mi madre, desbordó de orgullo cada rincón del territorio.

Desde entonces, los desafíos para mantener vigente esta ruta no han cesado. La Autoridad del Canal de Panamá (ACP), creada en 1997 como una entidad gubernamental autónoma, ha gestionado con éxito esta invaluable infraestructura, consolidándola como un pilar fundamental del país.

A lo largo de este cuarto de siglo, el Canal ha demostrado ser esencial no sólo para el comercio global, sino también para posicionar a Panamá como un centro estratégico regional y mundial. Este año, los ingresos del Canal alcanzaron casi $5,000 millones, representando alrededor del 4 % del Producto Interno Bruto (PIB) nacional.

Más allá de su importancia económica, la recuperación del Canal simboliza la lucha soberana y el orgullo nacional de Panamá, especialmente tras los eventos del 9 de enero de 1964. No sólo conecta océanos, sino que refleja la capacidad de un país para destacarse globalmente. Su devolución, fruto de acuerdos diplomáticos, no fue resultado de una nacionalización unilateral ni de un conflicto bélico, como en el caso del Canal de Suez o el petróleo mexicano. Este proceso contrasta con otros similares que enfrentaron problemas de eficiencia o corrupción.

La transferencia del Canal fue el resultado de décadas de negociaciones diplomáticas, culminando con los Tratados Torrijos-Carter de 1977. Este proceso, ejemplo de resolución pacífica y estratégica, se desarrolló de manera ordenada y progresiva durante 22 años (1977-1999).

Aunque el Canal estuvo bajo control estadounidense, su devolución a Panamá implicó superar desigualdades históricas y demostrar al mundo que podíamos gestionarlo eficazmente. Los recientes comentarios del presidente electo Donald Trump, calificando la entrega como un error, parecen más un intento de llamar la atención que una postura política seria. Ignorar la historia del traspaso y afirmar que fue una “decisión tonta” distorsiona un proceso soberano respaldado por acuerdos internacionales firmados por su propio país.

Al recordar las palabras del expresidente Jimmy Carter, recientemente fallecido, es fundamental reflexionar sobre su legado: “Este acuerdo con Panamá es algo que queremos porque lo conocemos bien. No solo es la forma más segura de proteger el Canal; es el acto positivo de un pueblo con confianza, creatividad y grandeza”. Estas palabras subrayan que la relación con Panamá se basa en la confianza mutua y en el reconocimiento de una historia compartida, pilares para la estabilidad y éxito del Canal.

Hoy, más que nunca, la sociedad panameña, especialmente los jóvenes, debemos ver el Canal no sólo como un legado histórico, sino como una oportunidad invaluable para innovar y construir el futuro de nuestro país. El impacto del Canal trasciende sus compuertas y gestiones comerciales; sus beneficios llegan a las comunidades y generan innumerables oportunidades para nuestra gente, abriendo puertas y conectando sueños.

Como jóvenes, tenemos la responsabilidad de asumir el desafío de transformar el Canal en un modelo global de eficiencia y sostenibilidad. Aprendí de mi mamá que, desde aquel 31 de diciembre de 1999, heredamos un legado que no sólo nos inspira a recordar el pasado con orgullo, sino a enfrentar el futuro con un compromiso firme y una visión de progreso: garantizar que lo que heredamos no sólo perdure, sino que se potencie, dejando una huella significativa en las generaciones venideras.

El autor es miembro de Jóvenes Unidos por la Educación.


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