La capacidad de represar las aguas fluviales se remonta a la antigüedad. La primera represa de que se tiene conocimiento se construyó en Jordania hacia el año 3000 a.C. La más antigua y aún funcionante fue construida en el año 1300, se trata de la del lago Homs en Siria. Inicialmente, el principal objetivo de estas estructuras era el control del flujo acuático para la irrigación de cultivos y la prevención de sequías e inundaciones. A partir del fines del siglo XIX se añadió tal vez el beneficio más importante en la actualidad: la producción de energía eléctrica.
Nuestras sólidas y centenarias represas canaleras tienen particularidades:
a) Aseguran agua para una creciente población de dos millones de seres humanos.
b) Aseguran un calado suficiente para el tránsito del comercio mundial a través de nuestro canal.
c) Son útiles, aunque con menos importancia en nuestro caso, para la generación de electricidad y
d) Evitan posibles inundaciones.
Enfrentamos ahora el proyecto de Río Indio, indispensable para el “bien común”; nuestra frágil economía depende en gran parte de la disponibilidad del recurso acuático.
Si alguna cualidad caracteriza al ser humano es la capacidad de adaptarse a su medio. La premisa principal de este escrito es la recomendación de que aquellos que vayan a ser eventualmente desplazados de sus comunidades sean plenamente conscientes de que los cambios podrían traer aspectos positivos en cuanto a su bienestar y sus condiciones socioeconómicas. Para ellos, esto es y debe ser presentado como una oportunidad y no como una calamidad, aunque es muy comprensible que la nostalgia motivada por el desplazamiento nunca termine.
Para todo ser humano, dejar las áreas en que ha vivido por años, aún cuando hayan implicado deficiencias en servicios básicos como salud y educación, no es nada fácil. Al respecto, la Autoridad del Canal ha mostrado una actitud respetuosa y paciente. Es obvio que cada una de las personas o familias que tendrán que enfrentar una evacuación forzada, debe ser tratada individualmente, ofreciendo una amplia oferta de opciones compensatorias.
Vale la pena mencionar que tenemos experiencias previas en el tema, por cierto, para nada satisfactorias. La inundación del Valle del Chagres y La construcción de la represa de Gatún (1905 a 1913) obligó al desplazamiento y reubicación de varias comunidades con cuatro siglos de historia: la del mismo poblado de Gatún, la de Gorgona y varias otras. Esto era necesario como parte del “bien común”: en este caso, completar las estructuras necesarias para facilitar la comunicación entre los principales océanos del mundo.
Muy al contrario fue la discutible y arbitraria evacuación forzada del resto de las comunidades ubicadas dentro de la Zona del Canal que no serían afectadas por la “inundación”, como Emperador y Culebra. Esto fue producto de la arrogancia y el racismo de los estadounidenses de principios del siglo XX, de Goethals y el presidente Wilson en particular. Se justificó por razones de militarización, seguridad y salubridad. Históricamente mencionamos en honor a su memoria, que subalternos de la talla de Gorgas y Siebert, no estuvieron de acuerdo…
Ninguno de estos procesos de desplazamiento y reubicación, ni el justificado ni el innecesario, resultaron en una mejoría significativa para las personas que los sufrieron. Han pasado más de cien años, ahora los abusos y la indiferencia ante los derechos humanos deben ser cosas del pasado. En las sociedades actuales no podemos permitir que se repitan…!
Repasemos algunas experiencias ajenas recientes, de mucha mayor magnitud pero con similitudes notables. En orden cronológico:
La represa de Asuán en Egipto (1960 a 1970) ocasionó el desplazamiento de alrededor de 50,000 personas de la etnia Nubia. La historia parece dar más relevancia al traslado de templos y ruinas monumentales que al de la población. La de Itaipú, entre Brasil y Paraguay (1970 a 1984) motivó el desplazamiento de 40 mil a 50 mil personas. Los reclamos resultantes se extendieron por muchos años. La impresión que nos llevamos es que la vigencia de gobiernos dictatoriales en dichos países durante ese período fue un factor determinante para que, en general, no se les haya hecho justicia a dichos pobladores. La represa más grande del mundo, la de las Tres Gargantas en China (1994 a 2009), implicó la evacuación de un millón y medio de personas, ciudades y pueblos enteros. Tenemos entendido que el manejo de los desplazamientos humanos fue bastante adecuado. Por supuesto, que pese a la disciplina del autoritario régimen asiático, no faltaron descontentos y reclamos, aunque proporcionalmente menos que en las dos primeras construcciones mencionadas. La más reciente entre las “grandes”, el conjunto de represas de Sardar Marovar sobre el río Naranda en La India (1997 a 2017) tampoco ha estado libre de abusos, reclamos y descontento: decenas de miles de familias fueron seriamente afectadas…
Con respecto a Fortuna y Bayano, nuestras recientes experiencias no parecen haber sido buenas. En Fortuna las áreas inundadas estaban despobladas. En cuanto a Bayano, a pesar de que la represa inició operaciones desde 1977, fue necesaria una solicitud de la Corte Interamericana de Derechos Humanos para que miembros de pequeñas comunidades Guna y Emberá fueran muy tardíamente compensados en el año 2015 con un total de 2.5 millones de dólares.
Respaldemos con entusiasmo la iniciativa de Río Indio, ya con años de retraso, plenamente informados de que la ACP tiene la intención de realizar un buen trabajo socioeconómico en relación con las 2000 personas que habitan la región y esperemos que no surjan los especuladores abusivos, los líderes corruptos, los eternos inconformes ni los ambientalistas fanáticos que traten de obtener beneficios indebidos de tan importante y necesario proyecto. Una vez más, tras la exitosa ampliación, se nos presenta la oportunidad de dar un ejemplo al mundo.
El autor es médico y excanalero.