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NICARAGUA

Del somocismo al orteguismo

Del somocismo al orteguismo
Del somocismo al orteguismo

El extinto dictador cubano Fidel Castro buscó por distintos medios disuadir a Daniel Ortega para que no convocara las elecciones de febrero de 1990. Argumentaba que era imposible ganarlas en medio de una prolongada guerra contrarrevolucionaria y un país en bancarrota. Además, el soporte de Moscú y La Habana, tras la caída de la URSS, estaba derrumbándose.

Pero Ortega realizó las elecciones, las perdió y fue desalojado del poder por 18 años.

Ahora, acorralado, Ortega se resiste a adelantar unas elecciones que podrían asegurarle la salida pacífica del poder. Después de más de 100 días de enfrentamientos con manifestantes que exigen su renuncia, el nuevo autócrata nicaragüense resiste a sangre y fuego. La peor parte la ha llevado la población civil, con cerca de 400 muertos.

Sin embargo, esa población, hasta ahora indefensa, puede optar en breve plazo por la lucha armada, lo que nuevamente precipitaría al país hacia una guerra civil.

La dinastía de Somoza gobernó Nicaragua por 40 años y fue sacada del poder por las armas, producto de una singular conspiración internacional en la que participaron Estados Unidos y países latinoamericanos, incluyendo a Cuba, y la extinta Unión Soviética.

Su último vástago, Anastasio Somoza hijo, huyó de Managua en 1979, aislado internacionalmente y sin pertrechos para continuar la guerra. Para los sandinistas, al contrario, las armas fluían a raudales desde Cuba, Panamá, Venezuela y algunos otros gobiernos de la región hacia aeropuertos en Costa Rica. Un trasiego sin precedentes históricos.

La dinastía somocista fue sustituida por un régimen colegiado de nueve comandantes guerrilleros que desde el primer día emprendieron una cacería contra los representantes del viejo sistema y se adueñaron de sus bienes.

Los guerrilleros llegados al poder, algunos sin disparar un tiro, con poco talento político para gobernar un país, copiaron los antiguos y nuevos males exportados de Cuba y del extinto bloque soviético.

Frente a esa realidad, Estados Unidos trazó en Nicaragua la línea roja del enfrentamiento con La Habana y Moscú. Una década de guerra contrarrevolucionaria con mercenarios entrenados y armados por Washington, dio al traste con los pocos logros del régimen sandinista y diezmó la economía y la juventud del país.

Las primeras elecciones generales fueron ganadas por Ortega en 1985. Los nuevos comicios convocados en 1990, a los que se opuso de manera férrea Castro, significaron la derrota sandinista, algo que no habían logrado los contrarrevolucionarios con las armas.

Después de tres gobiernos civiles, Ortega ganó las elecciones de 2006 sin entender que gobernaría una sociedad muy diferente a la Nicaragua revolucionaria de la década de 1980.

Eso lo obligaba a concertar y tomar en cuenta el voto contrario del 60% de los nicaragüenses.

Pese a la nueva realidad, el “inofensivo, tosco y tímido” Ortega –como lo definían sus compañeros de armas- desnaturalizó sus proclamas electorales y con vacías consignas de paz, amor y reconciliación inauguró la dictadura orteguista con tres periodos presidenciales de por medio que concluyen en 2022.

La paradoja es que el antiguo bloque Caracas-La Habana-Moscú que contribuyó al derrocamiento de Somoza, es el que apuntala al nuevo dictador nicaragüense y, aunque se prevé remoto, puede maniobrar para sacarlo del poder.

Contrario a lo que proclama la izquierda, anclada en el pasado, lo de Nicaragua no es un “golpe suave” dirigido por Estados Unidos en alianza con otros gobiernos de derecha latinoamericanos.

Lo que está escenificándose es el levantamiento de una población harta de la prolongación del régimen orteguista que está sometiendo a sus opositores por el terror y las armas. Pero la mayoría de los nicaragüenses le ha perdido el miedo al autócrata y se lanza a las calles para socavar la estructura política que lo sostiene.

Ortega, sin contacto con la realidad, parece inconsciente de que ya no puede gobernar en paz la nueva Nicaragua que le exige entregar el poder.

Su derrota es cuestión de tiempo, de la cohesión del liderazgo de la oposición interna y el aislamiento internacional de la dictadura.

Desgraciadamente, en el intermedio, lo que se anticipa es más sangre y dolor, porque el poder aunque moribundo, mata.

El autor es periodista


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