La isla de Murano en Venecia, es el lugar del mundo donde se encuentran los mejores artesanos del “soplado de vidrio”. Debido al elevado grado de habilidad y destrezas que se requiere para la práctica de este arte, en algún momento los orgullosos artesanos venecianos, utilizaron la frase que hoy día se ha hecho popular: “no es lo mismo soplar que hacer botellas”, para sustentar el mérito de su trabajo, ante propios y extraños, que en algún momento llegaron a pensar que el asunto era tarea fácil.
Al parecer en nuestro país, contrario a lo que ocurre en Venecia, interpretando las recientes palabras del presidente Mulino, lo difícil no es soplar y hacer botellas sino romperlas, atribuyendo en este caso, el impedimento legal, a la existencia de la ley #59 de 2005 que otorga protección laboral a las personas con discapacidad.
El sustento de esta desafortunada afirmación o débil excusa del mandatario para sentirse impedido a enfrentar el pesado lastre de la corrupción tipificado por el nombramiento histórico producto del clientelismo, de innumerables “botellas” o “manzanillos” en el gobierno, sean estos “periquitos o periquitas”, es verdaderamente ofensivo y decepcionante; sobre todo a sabiendas, por ejemplo, de que la planilla estatal para sufragar salarios, está por el escandaloso orden de $4,200 millones, y en la actualidad, solo 20,000 de estos 250,000 servidores públicos que devengan ese monto global, están amparados por la carrera administrativa, lo cual, aunque igualmente carente de suficiente sustento, este hecho le habría servido al presidente como una mejor y menos ofensiva excusa, para hacernos saber su negativa a ordenar el despido de los cientos (o miles) de funcionarios, que, sin discapacidades o limitaciones físicas de ningún tipo, pululan en las instituciones sin preocuparse siquiera en aparentar justificar su salario en el cargo para el que fueron nombrados, incluso jactándose (muchos de ellos) en dar a conocer a los cuatro vientos, el nombre del padrino que los puso en la buena, y a quien le deben única y exclusiva pleitesía.
Definitivamente algo huele mal en Dinamarca. Si nos permitimos relacionar, además, el monto de la planilla estatal ($4,200 millones) con los apenas 4 millones de habitantes que somos, según cifras del último Censo (2023), no sería descabellado imaginar, por un momento, que, de la noche a la mañana, todos los panameños y no solo unos cuantos avivatos, podríamos aspirar a ser millonarios a costa del Estado.
Lo cierto es que la ilusión anterior nos estalla en la cara y contrasta con las alarmantes cifras de desempleo de nuestros jóvenes y preparados profesionales, semi disfrazadas con un 49% de trabajo informal de buhonería y la ausencia aberrante de políticas públicas, que permitan reemplazar el clientelismo populista tradicional que mantiene como glorioso estandarte de habilidad política, a las botellas y a los subsidios estatales, como únicos y eficaces placebos para engañar el hambre, la miseria y la pobreza de nuestro pueblo, al tiempo que se consolida la corrupción y el oportunismo en todos los niveles de nuestra sociedad.
Señor presidente, con todo respeto, sabemos que no es tarea fácil, y reconozco su genuino interés en lograrlo, pero si en verdad usted aspira a dejar una huella como estadista durante su gestión, no basta con que nos repita cada jueves que quiere llegar a serlo adecentando al país de las viejas prácticas, atrévase a serlo con energía y determinación. De seguro, al final del camino, sus nietos y la inmensa mayoría de los panameños se lo agradeceremos.
El autor es escritor y pintor.