La llegada de Donald Trump a la Presidencia de los Estados Unidos trajo consigo lo que todos esperábamos: un ataque frontal contra los avances en la transición de las industrias hacia modelos de negocios sostenibles.
Su cercanía a personalidades como Vivek Ramaswamy, Peter Thiel y Elon Musk puso en evidencia la agenda de su gobierno. Estos críticos de los criterios ambientales, sociales y de gobernanza (ASG), hoy lideran con Trump este período de regresión a prácticas del pasado.
Aunque en algunos casos las posiciones de estos personajes pueden tener fundamento y es necesario evaluarlas, negar el rol de las corporaciones en esta era es una irresponsabilidad.
En tiempos de incertidumbre política, se vuelve más urgente que nunca que las empresas mantengan el rumbo hacia una gestión sostenible, ética y de largo plazo, sin perder su rol de crear valor financiero.
Los ciclos políticos o las tendencias ideológicas que rigen temporalmente a los gobiernos de turno no pueden dictar la brújula moral ni estratégica de las empresas. Hoy más que nunca, se requiere un liderazgo corporativo responsable y consciente, capaz de generar riqueza y valor a sus accionistas y stakeholders (partes interesadas) mientras se avanza en los compromisos ASG.
El reciente intento de desarticular regulaciones ambientales y frenar políticas de transición energética por parte del expresidente Trump y sus aliados no debe confundirse con un cambio de visión global. La comunidad empresarial, los mercados financieros, los consumidores y los jóvenes talentos que decidirán el futuro de las marcas siguen atentos a la coherencia, al propósito y a la responsabilidad.
La sostenibilidad no es una moda: es una estrategia de competitividad, gestión de riesgos, resiliencia y valor a largo plazo. Las empresas que han integrado estos principios en su ADN han demostrado mayor capacidad para enfrentar crisis, acceder a capital, atraer talento e innovar en contextos complejos.
Es cierto que en algunos países se ha dado una sobrerregulación ambiental o social y que, en ciertos sectores, los marcos normativos pueden ser desproporcionados o incluso ineficaces. Pero eso no puede convertirse en una excusa para retroceder.
Las grandes transformaciones del mundo, desde la revolución digital hasta la transición verde, han nacido del liderazgo visionario de empresas que decidieron actuar antes de que se les exigiera hacerlo. Esa es la clase de liderazgo que hoy necesitamos.
Por eso, sostener los esfuerzos de sostenibilidad es una señal de integridad estratégica. Abandonarlos, en cambio, puede ser una muestra de fragilidad, oportunismo o desconexión con las demandas del mundo actual.
En este contexto, las corporaciones tienen dos caminos: replegarse y justificar su inacción en la coyuntura política, o reafirmar su compromiso con una visión de desarrollo que respete los límites del planeta y genere valor compartido. No hay punto medio.