En la noche del domingo 6 de octubre, compraba tres boletos en la taquilla del cine, uno para mí y los otros dos, para mis hijos adolescentes. Entusiasmados y expectantes de una experiencia cinera nueva y llena de acción, buscamos nuestros asientos para que delante de nuestras retinas empezará Joker o El Guasón. Pero la narración que se presentó frente a mis ojos no fue nueva, sino muy cercana y familiar; soy psiquiatra. El film superó y se desvió de mis expectativas. Hiperbólica, trágica, violenta y cruda, la película El Guasón me dejó enternecida, triste y renovada. Con extraordinaria sensibilidad, presenta el sufrimiento de las personas con enfermedad mental sin ingenuidad; no solamente muestra un qué sino un por qué que incomoda.
¿Por qué sufren las personas con enfermedad mental? Contestaré básicamente desde mi experiencia.
Porque las rechazamos. El rechazo hacia las personas con enfermedad mental abarca un amplio espectro de conductas. Arthur Fleck, personaje protagónico de la película, es rechazado desde su origen como ser humano. Negado como hijo de un influyente político, inicia su vida con una madre también rechazada por su estrato social y enfermedad mental. De niño, víctima de abuso físico, logra sobrevivir con precarias condiciones y obtener un empleo que termina exponiéndolo a violentos actos de acoso callejero. Joker o El Guasón nos sacude con su secuencia de imágenes de agresiones físicas sufridas por Arthur Fleck, pero el rechazo hacia las personas con enfermedad mental puede tomar formas más sutiles o pasivas.
He identificado múltiples maneras y escenarios en que se rechaza a aquellos que padecen una enfermedad mental a lo largo de mi práctica como psiquiatra. Ofrecer terminar el año escolar “por módulos” al adolescente que ha sido hospitalizado por intento de suicidio; ignorar la calificación técnica de una persona que sufre de trastorno bipolar y negarle el empleo porque admitió con honestidad que recibe medicación; alejar físicamente las instalaciones donde se ofrecen los servicios de salud mental; dejar de invitar a la reunión familiar al pariente con un diagnóstico psiquiátrico, son algunos de los múltiples ejemplos que se pueden dar.
Hay también factores indirectos que inciden en la exclusión de las personas con enfermedad mental, muy bien mostrados en la película. Un sistema sanitario deficiente o inaccesible en cuanto a la atención psiquiátrica y psicofármacos, ya sea por la escasez de recurso humano o elevados costos, impide la estabilización necesaria del paciente para obtener y mantener un empleo, formar y sostener una familia, es decir, insertarse en la comunidad.
Porque se sienten muy poco comprendidas. Puede ser que no rechacemos, pero no entendemos. La mente puede definirse como un sistema, bastante complejo, de funciones cerebrales de orden superior, cuya actividad dota al ser humano de muchas capacidades, siendo la cumbre de estas capacidades, la de tener conciencia de quien es y del mundo que lo rodea. La mente no es etérea, se asienta en el cerebro, órgano biológico que puede enfermar. Pero cuando las funciones cerebrales superiores dejan de funcionar adecuadamente, es decir, cuando la mente enferma, no se producen signos físicos evidentes, no se ve. Consecuentemente, a lo largo de la historia de la humanidad, la enfermedad mental nos ha acompañado oculta tras múltiples velos.
Uno de los velos, es la negación de la enfermedad mental. Arthur Fleck se quejaba de que las personas actuaban como si su padecimiento no existiera, por ende, los síntomas, conductas y limitaciones derivadas de su enfermedad mental no eran validados. La moralización de la enfermedad mental, velo muy frecuente. Es decir, la persona con enfermedad mental es débil, no quiere “poner de su parte”, es manipuladora o hasta perversa; escoge estar mal y es culpable. Por último, el más antiguo de los velos, es la espiritualización de la enfermedad mental. Aunque exime parcialmente de culpa a quienes la padecen por ubicar las causas en fuerzas espirituales ajenas a la persona, impide la aceptación del diagnóstico y tratamiento. Y al final, produce desesperanza y estigma porque las personas con padecimientos mentales que son tratadas como “poseídas” o “embrujadas” no mejoran su condición a pesar de múltiples rituales a las que son sometidas. He visto que llegan a sentirse abandonadas por Dios, porque no son “liberadas”. Lamentablemente, la espiritualización de la enfermedad mental no fortalece la fe de quienes la padecen, la deteriora. En lo personal creo que la fe y esperanza se fortalecen cuando sentimos que, aceptada la realidad de nuestras circunstancias, nos sentimos aceptados y protegidos, tal como somos, por Dios.
Regreso al cine y a la inolvidable experiencia que me entregó El Guasón. De todas las películas que he visto relacionadas con la enfermedad mental, ninguna me ha parecido tan exhaustiva e incisiva para exponer el tema. ¿Es violenta? Sí lo es y mucho. ¿Me gustan las imágenes violentas? No me agradan. Pero me parece que se ganó con creces y genialidad el derecho de la forma escogida para provocar empatía hacia las personas con enfermedad mental. Vean la película porque, después de todo, hay mucho más violencia en sufridas historias, que no se conocerán, de seres humanos que no escogieron padecer de una enfermedad que afectó sus cerebros, pero no sus almas.
La autora es psiquiatra