¿Tiene significado la cultura?



Desde los primeros años de postinvasión, pensemos, si así nos sentimos mejor, en los primeros años en que se instituye la democracia en nuestro país o la instalación de un nuevo régimen neoliberal, se empezó a cuestionar, desde los sectores intelectuales, hacia dónde iba la cultura nacional. Entonces la cultura, como denominador común de fuente de comunicación, orientación y propósito para mejorar la calidad de vida fue un término de moda en el relato moderno.

En ese momento, mientras los antropólogos y los etnólogos, los filósofos y los sociólogos del continente, defendían y discutían la noción de cultura como algo más amplio y diverso, que incluía a todo el universo, porque la cultura es todo lo que un pueblo hace, cuando se empezaba a hablar de diversidad cultural o multicultural, de interculturalidad y pluriculturalidad, y se diluían los conceptos de cultura oficial y cultura popular, al mismo tiempo en que se abolían las fronteras de la idea de una cultura y una incultura, porque ya nadie es culto ni inculto, sino que todos tenemos una cultura, donde hasta lo más vulgar tiene su dignidad que alguien defiende, desde ese preciso momento, el significado de la cultura en este país, que presume ser desarrollado y libre, sigue siendo un dilema.

El problema es que después de tanta agua que ha corrido bajo el puente, parece que aún el significado de la palabra cultura no tiene sentido para los que cada cinco años compiten por llegar a la presidencia o a cualquier puesto importante. Cada cinco años se siente un dejavú: los discursos políticos con propuestas de mejorar el sector cultura, las promesas de mejorar el presupuesto asignado para las acciones culturales; escucharemos a los candidatos expresar su convicción de que los hechos de la cultura son importantes y que se necesita de la cultura para salir de la pobreza espiritual o que la misma es necesaria para recrearse, solamente.

Nos preguntamos si en verdad la cultura tendrá significado para los políticos que aspiran a cargos públicos tanto a nivel presidencial como alcaldes y otros cargos relevantes. Y no parece bastar que ya hay suficientes pruebas de que un país sin un proyecto cultural como nación siempre termina mal y no bastan los esfuerzos por construir en sociedad civil, si lo poco o mucho que se construye viene el siguiente y lo destruye porque simplemente no se hizo en su gestión.

Nos hemos estado tratando de reinventar desde 1990, pasando por 1999 cuando asumimos el reto de administrar el Canal que probamos que podíamos hacerlo, hasta llegar a crear un Ministerio de Cultura con una Ley General de Cultura que no termina de reglamentarse, pero que está allí proponiendo la reinvención de la acción cultural, una nueva gestión de la cultura que a su vez gestione una realidad entre la modernidad y la tradición que en verdad haga consenso con un plan de desarrollo cultural que dialogue con el desarrollo económico.

Nuestro principal desafío sigue siendo la educación y la cultura, porque parece que no terminamos de entender que nuestro problema no es coyuntural sino estructural, ya lo hemos reflexionado de muchas formas: la cultura y la educación es responsabilidad prioritaria del Estado, pero también la sociedad en su integridad tiene una responsabilidad y para construir una cultura de decisiones y actitudes, se necesita la solidaridad, el respeto y la cooperación de todos. Nuestro reto sigue siendo propiciar desde la cultura un desarrollo integral y esa propuesta aún no la escuchamos ni leemos en ninguno de los candidatos.

En Panamá la vigencia de los conceptos y significados de las palabras cultura, desarrollo e integración siguen siendo mirados por los políticos sin considerar los verdaderos elementos y componentes que estas palabras encierran. Tal vez por eso no se logra pensar la cultura como la posibilidad de gestionar procesos que van más allá del espectáculo y los indicadores; a mirar el desarrollo desde la sostenibilidad y la integración como espacios de creación e invención para generar soluciones.

Nuestra mejor recomendación a los candidatos a la presidencia y autoridades locales es que no pierdan tiempo desarrollando nuevos planes o propuestas que intentan ser novedosos, porque no lo son. Ya tenemos una Ley General de Cultura, tenemos los acuerdos del pacto Agora, que quieran o no aceptarlo, son el resultado de lo que la gente aportó desde muchos sectores y allí se visualizan claramente las brechas que tenemos en cultura y educación. Otro ejemplo, son los planes de lectura del Meduca y de MiCultura que son documentos valiosos que solo requieren inversión y un equipo técnico con formación para ejecutarlo, además de la voluntad política que siempre hace falta.

Pregunto otra vez: ¿Tiene significado la cultura? En tiempos como estos es cuando la cultura asume su papel fundamental como gestión fundamental para el desarrollo. Las estrategias, planes y programas para ejecutar ya los tenemos, basta revisarlos y ejecutarlos como proyectos de políticas culturales. La cultura tiene significado cuando su sentido se articula con la tradición, el conocimiento, el patrimonio, la ciencia, la imaginación, las creencias, los valores y la conciencia de identidad responsable.

El autor es escritor.


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