Comparto mi percepción sobre el tema de la educación en Panamá, aunque antes quisiera aclarar que nunca me ha parecido apropiado ni cierto aquel adagio que sostiene que “antes todo era mejor”. Sin embargo, pareciera que en tiempos pasados predominaba, o al menos se practicaba más, el sentido común.
En décadas anteriores, en nuestro país, la educación se sentía, se vivía y se respiraba como uno de los grandes valores sociales, acompañada de otros como el respeto, la decencia, la responsabilidad y el buen gusto en el vestir, en el hablar y en el amor por la patria. Era, por así decirlo, la moda o el comportamiento social generalizado.
Todo empezaba en casa y continuaba en el aula, y viceversa, a pesar de los pocos recursos y de una prácticamente total ausencia de tecnología y oportunidades de acceso. Quienes administraban y brindaban el servicio educativo, tanto público como privado, eran pilares de la sociedad, conscientes de su papel y de la importancia de la educación para el cambio social. La calidad del egresado no solo era loable, sino extraordinaria, respondiendo a los propósitos personales, sociales y económicos del país.
Lamentablemente, siento que hoy en día la educación ha perdido mucho de lo que fue en ese entonces. Paradójicamente, con todos los avances científicos, la abundancia de recursos tecnológicos y un acceso casi ilimitado al conocimiento, la calidad del sistema educativo ha disminuido, tanto en términos de los que ingresan como de los que egresan. Esto, a pesar de que los recursos presupuestarios asignados al sector han crecido de manera sustancial desde la década de los 90, alcanzando en la actualidad (2024) una cifra récord de 5,735 millones de dólares.
Sin embargo, este aumento presupuestario no se refleja en una mejora visible en la calidad educativa. Esto podría atribuirse a los efectos de la llamada “Década Perdida” en Latinoamérica, cuyas secuelas todavía afectan a nuestra sociedad, generando una confusión de valores que aún no logramos corregir.
Si hiciéramos una comparación entre las décadas anteriores a 1980 y las posteriores, podríamos observar una pendiente positiva en cuanto a la relación entre presupuesto y calidad educativa en las primeras, y lo contrario en las últimas. A partir de la década de 1990, el presupuesto ha crecido vertiginosamente, pero los resultados en términos de calidad educativa han sido decepcionantes, especialmente en comparación con otros países latinoamericanos que, con menos inversión, obtienen mejores resultados.
De cara al futuro, creo que es necesario que el presupuesto para la educación supere el 7% del PIB nacional. Sin embargo, es fundamental que se establezcan mecanismos claros para evaluar la calidad y los resultados esperados en cada nivel educativo. Es necesario definir los saberes básicos nacionales, fortalecer las instancias de seguimiento y evaluación en el Ministerio de Educación, y modernizar la administración del servicio, comprometiéndonos a mejorar la docencia.
Como mencioné antes, esta es solo mi opinión. No pretendo en esta nota buscar responsables, sino plantear la necesidad de investigar de inmediato para que nuestro sistema educativo recupere su valor social y productivo.
El autor es abogado, urbanista y docente.