Recientemente, algunos de los que leemos acostumbradamente The New York Times nos enteramos de un hecho insólito: Estados Unidos, con el consentimiento nacional, había deportado a 350 indocumentados, y el gobierno panameño los había alojado en el Decapolis, un hotel localizado en el centro de la ciudad (cerca del Hospital Paitilla). Ningún medio panameño había reportado esa noticia. Y el gobierno, en un silencio cómplice, calló. Los indocumentados, entre hombres, mujeres y niños, permanecieron allí varios días. Dos trataron de cometer suicidio; uno se partió una pierna, y una refugiada asiática logró escaparse para después ser capturada.
A diferencia de lo que ocurrió durante la época del nazismo, cuando prácticamente todo el mundo le cerró las puertas a los refugiados judíos (la mayoría moriría en los campos de concentración y exterminio), algunos países se han prestado para recibir a esta “carga humana”. Pero, ingenuo como soy, quisiera que alguien me explicara por qué Estados Unidos, siendo la preeminente potencia mundial, con una flota aérea de primera línea, no embarca ellos directamente a los refugiados a sus países de origen.
Distingo dos clases de refugiados indocumentados: la primera es la que deja sus países buscando mejores oportunidades de vida (salarios, mejores condiciones, etc.). La segunda consiste en perseguidos políticos en sus respectivas naciones, que cuentan con amenazas a sus vidas, a las de sus hijos y de sus familiares.
Siempre ha habido olas migratorias en la historia. Estados Unidos, entre 1880 y 1924, acogió a casi 24 millones de emigrantes; pero después prácticamente los redujo drásticamente. Y también siempre ha habido ciertas castas de inmigrantes mucho más deseadas que otras: nórdicos, especialmente del norte de Europa, y algo insólito, entre más blanca la piel, más acogidos (lean a este respecto a Isabel Wilkerson, experta en el tema de castas y racismo en Estados Unidos, India, entre otros). Sin embargo, especialmente los asiáticos (chinos e hindúes, personas del antiguo Imperio Otomano), han tenido que superar muchas más barreras.
El presidente Trump ha prometido hasta deportar a 11 millones de indocumentados y refugiados. Ojalá, por lo menos, se haga de forma digna y respetuosa.
El autor es internacionalista.