La formación del médico se forja bajo el propósito de curar y aliviar el dolor, lo que implica conocer la enfermedad y al paciente, respetar la confidencialidad y privacidad de la persona y convertirse en un activista de la salud, como genuino compromiso con quien busca alivio: “el médico debe comprometerse a promover conductas, políticas y mecanismos que le permitirán cumplir a cabalidad con sus deberes”. De allí la necesidad de que el aspecto académico de esa formación sea científico y sea humanista, que no se detenga, que comprendamos que, de cada uno, de la enfermedad y del enfermo, seguimos aprendiendo y exigiéndonos. Esa formación tiene que ser entonces cerca de los textos, al lado de las personas. A nosotros no nos forman para matar, nos forman para curar o para aliviar.
Es un andar que, a ratos, nos parece descarnado: muchas horas frente a los libros, muchas horas con los pacientes, pocas horas para el descanso y para estar con la familia propia. Y, en efecto, es un camino nada fácil, pero lo recorremos y debemos hacerlo con empatía y sentido de responsabilidad, muy lejos del paternalismo y el endiosamiento. Estas lecciones están escritas en las paredes de los hospicios, en los pasillos gastados de los hospitales, en el olor que queda en las sábanas de los enfermos, en los anaqueles de las medicinas, en el frío de los salones hartos de microbios y pérdidas. Allí nos nace el amor por lo que hacemos, no antes. Y allí, en esas instituciones médicas, esos fortines de la salud, donde se rescatan o se pierden las batallas, quedan nuestros entusiasmos, la escultura de nuestras ilusiones, los sueños que perdimos, y nuestros amores, pero siempre, el lugar donde queremos estar y volver.
“Algunas veces/Tarde en la noche/Siento tu silencio/El peso de tus paredes/…”, así inicia su poema, Alexis B. Sandler, un estudiante de la Escuela de Medicina y Ciencias de la Salud, de la Universidad George Washington, y continúa más adelante: “Algunas veces/Me despierto sudando frío/Por un suspiro, un llanto o una llamada/Me esfuerzo por oír tus palabras/Pero aún en este silencio/No las entiendo para nada”.
El protagonista del poema es un estudiante de Medicina quien habita en el hospital desocupado de, otrora, 611 camas, donde hizo rotaciones, y que ahora se ha mudado a una locación nueva, por lo que se ha quedado vacío y abandonado, y él también lo abandona porque le ha llegado su hora de mudanza. Para él, como para otros estudiantes, el hospital “evoca un sentido casi sagrado de actividad”, “una constante danza de tumulto y humanismo”, tanto de médicos y enfermeras, como de pacientes, sus ansiosas y preocupadas familias, y las personas que los quieren y visitan. Este silencio es nuevo, como si el hospital durmiera, y no es natural, nos dice Sandler, sin embargo, él lo compara con el silencio de la casa de su abuela, vacía con su muerte, pero llena del humanismo que la caracterizó y que ahora puede apreciar como un “fantasma del amor y la pérdida”.
Rosamon Rhodes confronta la moralidad común que le da el tono a la ética médica, como han comentado algunos, desde la primera publicación de Beauchamp y Childress, Principios de Ética Biomédica, publicado por primera vez en 1979. Ella plantea y propone una nueva aproximación al profesionalismo médico y a la ética médica. Para ello, elabora 16 deberes, que le darían el carácter de médico, a los médicos. El primero de esos deberes éticos es crear confianza y hacerse merecedor de ella. El segundo, promover los intereses de los pacientes y la sociedad; el tercero, tener competencia profesional, y así siguen otros hasta sumar diez y seis: proveer cuidado, atención plena, compromiso con la ciencia, hacer consideraciones sin prejuicios, no hacer consideración sexual, honrar la confidencialidad, respetar la autonomía, evaluar la capacidad para decidir del paciente, decir la verdad, tener capacidad de respuesta o colaboración con los compañeros, comunicarse entre compañeros, permitir el escrutinio por compañeros, y promover y honrar la justicia médica.
Para alcanzar esta propuesta, Rhodes, filósofa, hace su práctica en una escuela de Medicina y en los pasillos de un hospital, para tener “un marco de referencia que ayude a los doctores a comprender sus responsabilidades profesionales y que se ajuste junto con los núcleos de sabiduría, principios y virtudes que se adoptan como elementos del profesionalismo médico”. Y, por ello, reconoce y anuncia que las instituciones médicas “se supone que encarnan los compromisos de las profesiones médicas, no solo para brindar excelencia en el cuidado médico, sino también y en tal forma, que se orienten hacia las complejas necesidades de las personas a las que sirven”. Y continúa: “las instituciones médicas que no se preocupan por su organización y prestación de servicios de salud, no cumplen con los estándares que han sido y deben ser adoptados por los profesionales.”
Primero se fueron llevando las camas sin todos los pacientes. Algunos murieron antes del traslado, a otros se les dio de alta, con la urgencia de la mudanza y la precariedad de camas y personal en el nuevo hospital. Los salones de operación se fueron devastando. No todos los equipos se podían usar porque, con la noticia de un traslado cercano, poca atención se le dio a su mantenimiento. Además, se habían difundido muchas promesas de nuevos equipos, modernos y suficientes. Los cobertores para los colchones no alcanzaban, las sábanas para los pacientes apenas si se calcularon para una décima parte de aquel número de 611 camas y, a pesar de que ahora, la nueva institución contaría con 1,300 camas. Los pacientes seguirían durmiendo con los pies fríos, desnudos de cuerpo y alma, en contracción sus cuellos buscando aire, exponiendo contra su honra piel y huesos, dolor y necesidades. El cuidado no mejoraría y la limpieza y luz de las estructuras nuevas, prontamente perderían su gloria.
“Hay también algo más/Un tinte indescriptible/Que filtra el sol cuando se cuela/Y cubre las persianas rotas/Con una esperanza tan difícil de hallar/Una mirada optimista a una vida tan dura”, sigue diciendo el poeta, y, para terminar: “Mientras empaco mis pertenencias y preparo mi salida/Tus paredes de concreto decrépitas todavía están de pie erguidas/Las respiraciones de vida nueva y las exhalaciones de la vieja muerte/Murmuran la historia de tu ascenso y tu caída/Y los ecos de la eternidad/Gritan por tus vacíos pasillos”.
El autor es médico