Panamá no es un país donde tienen prioridad los niños. Suelo ilustrar este aserto con dos ejemplos muy simples. En una fiesta barrial cualquiera, siempre dejan a los niños de último y le dan de comer primero a los adultos. O si deseas llevar a tu niño a un espacio para recrearse, te darás cuenta de que tu mejor opción es llevarlo a un horrible mall con un carrusel o un brinca brinca. Si hacemos el esfuerzo de mirar al país como un ecosistema desde la mirada de los niños, veremos, en realidad, un país con ciudades hostiles para la infancia.
No vivimos en un país donde los niños puedan estar seguros. Desde la delincuencia común, el secuestro, las pandillas, las familias disfuncionales, hasta entornos donde no se puede caminar y los autos tienen más prioridad o donde nunca hay agua y los servicios básicos faltan, los niños no están seguros. La mayoría de los alcaldes piensan que poner un tobogán o cortar el césped en un parque es suficiente para atender las necesidades de la infancia. Lo que hacen es construir formas de apartheid infantiles.
Ni siquiera en la ciudad de Panamá tenemos un museo del niño, y Explora, que no es mala idea, está lejos de la mayoría. El concepto de bibliotecas infantiles y ludotecas parece demasiado para las familias panameñas, que deben conformarse con llevar a sus hijos a un patético mall para convertirse en adultos consumidores. No quiero profundizar en el tema de la educación pública, pero bastaría revisar en cada escuela qué entienden las autoridades por biblioteca escolar. Sin embargo, hablamos de la educación como una estrella o protestamos en huelgas masivas para retornar al mismo círculo corrupto.
Un país con niños seguros, niños felices, niños saludables, niños con posibilidades de consolidar su identidad y su autoestima, niños con potencial de desarrollar la creatividad y la imaginación, niños en un entorno sano para jugar y sentirse seguros; un país donde ciertamente se respeten los derechos de los niños, parece demasiado pedir.
Los que tienen el poder de tomar decisiones, destinar recursos y crear políticas de infancia y juventud deberían estudiar y leer, o al menos asesorarse, para conocer lo que pedagogos como Francesco Tonucci han propuesto para defender la libertad y los derechos de los niños. Este autor critica que los gobernantes se preocupan más por resolver los problemas de los adultos y por eso solo crean estructuras urbanas para los adultos, como construir un estacionamiento, por ejemplo.
No piensan que, al diseñar y pensar en un país para los niños, donde el protagonismo infantil sea la prioridad, están trabajando para toda la sociedad. Los niños necesitan ser protagonistas de su entorno porque ellos están implicados en todo lo que pasa a su alrededor. Siempre que se reconstruye algo, piense usted en lo que quiera, no es considerada la infancia.
Dice Francesco Tonucci en una entrevista: “Sustituir a esa figura del adulto varón trabajador en la que se centró el diseño de las ciudades, por la del niño, asumir al niño como parámetro de evaluación y como cambio de la ciudad, con la hipótesis de que una ciudad que sea adecuada para los niños será mejor para todos”.
Los pueblos panameños, con sus distritos y corregimientos, desde Darién hasta Bocas del Toro, desde David hasta Panamá Oeste, son escenarios excluyentes para la infancia. La solución más creativa que se les ocurre a las autoridades locales es hacer parques de mala muerte que después son olvidados.
¿Por qué no consultar a los gremios de arquitectos, a los pediatras, a los trabajadores sociales, a los docentes, a los artistas, incluso a los mismos niños, sobre cómo podríamos contar con más espacios creativos para ellos? ¿Por qué no, en vez de dejar tareas escolares a los niños, darles más tiempo para que vayan a una feria del libro (toda feria del libro debería ser gratis para los niños), a una obra de teatro al aire libre, a pasear en bicicleta por una acera diseñada para niños?
La verdadera democracia se construye desde la infancia. Cuando le damos prioridad a los niños, estamos resolviendo los problemas de los adultos. Cuando cuidamos a los niños, estamos cuidando la cultura, el medio ambiente, la educación, la salud y todo el ecosistema porque, al cuidar a los niños, estamos garantizando la seguridad total de la sociedad.
Los diputados, los empresarios y otras autoridades deberían pensar estratégicamente en cómo ayudar a los padres a estar más tiempo de calidad con sus hijos. La burocracia privada y pública, este maldito sistema que es una prisión, está matando el significado de la familia. El verdadero enemigo de la familia no es la ideología de género: es el ataque sistemático al significado y sentido de los imaginarios de infancia.
Nuestra crisis no es una crisis económica solamente, es cultural. Porque la familia ha sido sistemáticamente destruida por un sistema donde los valores han perdido significado y, en este escenario, son los niños los más vulnerables. La sociedad que hemos construido está absorbida por la burocracia y la codicia, donde no hay espacio para los imaginarios de infancia. Los valores y significados de lo que representa la infancia se desmoronan y dejan una sociedad construida sobre una base profundamente deshumanizada.
El autor es escritor

